Desde Mi Cielo | страница 46
– ¿Como Nate?
– Exacto, tu amigo Nate será el sombrero. Y el tablero es el mundo. Ahora bien, si yo te dijera que, cuando tiro los dados, me quitan una de las fichas, ¿qué significa eso?
– ¿Que no pueden seguir jugando?
– Exacto.
– ¿Por qué? -preguntó Buckley.
Levantó la vista hacia su padre, que vaciló.
– ¿Por qué? -repitió mi hermano.
Mi padre no quería decir «Porque la vida es injusta», ni «Porque así son las cosas». Quería decir algo ingenioso, algo que explicara la muerte a un niño de cuatro años. Puso una mano en la parte inferior de la espalda de Buckley.
– Susie está muerta -dijo, incapaz de hacerlo encajar en las reglas del juego-. ¿Sabes lo que eso significa?
Buckley le cogió la mano y cubrió el zapato con ella. Levantó la mirada para ver si era la respuesta adecuada.
Mi padre asintió.
– No vas a volver a ver a Susie, cariño. Ninguno de nosotros va a hacerlo. -Y se echó a llorar.
Buckley lo miró a los ojos, sin comprenderlo del todo.
Guardó el zapato en su cómoda, hasta que un día desapareció de allí y, por mucho que lo buscó, no logró dar con él.
En la cocina, mi madre se terminó su ponche y se excusó. Fue a la sala de estar y contó la cubertería de plata, ordenando metódicamente los tres tipos de tenedores, cuchillos y cucharas, haciéndoles «subir la escalera» como le habían enseñado a hacer cuando trabajaba en la tienda para novias Wanamaker, antes de que yo naciera. Quería fumarse un cigarrillo y que los hijos que le quedaban desaparecieran un rato.
– ¿Vas a abrir tu regalo? -preguntó Samuel Heckler a mi hermana.
Estaban junto a la encimera, apoyados contra el lavavajillas y los cajones de las servilletas y trapos de cocina. En la habitación de su derecha estaban sentados mi padre y mi hermano; al otro lado de la cocina, mi madre pensaba en nombres de marcas: Wedgwood Florentine, Cobalt Blue; Royal Worcester, Mountbatten; Lenox, Eternal.
Lindsey sonrió y tiró de la cinta blanca de la caja.
– El lazo lo ha hecho mi madre -dijo Samuel Heckler.
Ella retiró el papel azul de la caja de terciopelo negro, que sostuvo con cuidado en la palma de la mano una vez desenvuelta. En el cielo me emocioné. Cuando Lindsey y yo jugábamos con Barbies, Barbie y Ken se casaban a los dieciséis años. Para nosotras, en la vida de cada uno sólo existía un amor verdadero; para nosotras no existía el concepto de hacer concesiones o volver a intentarlo.
– Ábrelo -dijo Samuel Heckler.
– Tengo miedo.