Desde Mi Cielo | страница 11
Yo no podía conseguir lo que más deseaba: que el señor Harvey estuviera muerto y yo viva. El cielo no era perfecto. Pero llegué a creer que, si observabas con atención y lo deseabas, podías cambiar la vida de los seres que querías en la Tierra.
Fue mi padre el que respondió a la llamada telefónica el 9 de diciembre. Era el comienzo del fin. Dio a la policía mi grupo sanguíneo, tuvo que describir el tono claro de mi piel. Le preguntaron si yo tenía algún rasgo distintivo que me identificara. El empezó a describir minuciosamente mi cara y se perdió en ella. El detective Fenerman lo dejó continuar, ya que la siguiente noticia que debía comunicarle era demasiado horrible para interrumpirlo. Pero luego se lo dijo:
– Señor Salmón, sólo hemos encontrado una parte del cuerpo.
Mi padre estaba de pie en la cocina y le recorrió un desagradable escalofrío. ¿Cómo iba a decírselo a Abigail?
– Entonces, ¿no están seguros de si está muerta? -preguntó.
– No hay nada seguro -respondió Len Fenerman.
Ésa fue la frase que mi padre repitió a mi madre.
– No hay nada seguro.
Durante tres noches no había sabido cómo tocar a mi madre o qué decirle. Nunca se habían sentido desesperados al mismo tiempo. Por lo general, uno necesitaba al otro, nunca se habían necesitado a la vez, y por tanto había habido una manera, tocándose, de tomar prestadas fuerzas del más fuerte. Y nunca habían comprendido como entonces el significado de la palabra «horror».
– No hay nada seguro -repitió mi madre, aferrándose a ello como él había esperado que hiciera.
Mi madre era la única que sabía lo que significaba cada colgante de mi pulsera, de dónde lo habíamos sacado y por qué me gustaba. Hizo una lista meticulosa de todo lo que había llevado y cómo había ido vestida. Si encontraran esas pistas a kilómetros de distancia y aisladas a un lado de la carretera, podrían conducir hasta allí a un policía que las relacionara con mi muerte.
Me había debatido mentalmente entre la alegría agridulce de ver a mi madre enumerando todas las cosas que yo había llevado puestas y que me gustaban, y su vana ilusión de que esas cosas tenían importancia. De que un desconocido que encontrara una goma de borrar de un personaje de dibujos animados o una chapa de una estrella del rock acudiría a la policía.
Después de la llamada de Len, mi padre le tendió una mano a mi madre y los dos se sentaron en la cama, mirando fijamente al frente: mi madre como una zombi, aferrándose a esa lista de objetos, y mi padre con la sensación de estar metiéndose en un túnel oscuro. En algún momento se puso a llover. Me daba cuenta de que los dos pensaban lo mismo, pero no lo expresaban en voz alta. Que yo estaba allí fuera en alguna parte, bajo la lluvia. Que esperaban que no estuviera en peligro, que me hubiera resguardado de la lluvia en algún lugar y no pasara frío.