Desde Mi Cielo | страница 10
En su cielo, Franny ayudaba y se veía recompensada con resultados y gratitud. En la Tierra había sido asistenta social de los desposeídos y sin hogar. Había trabajado para una iglesia llamada Saint Mary's que servía comidas sólo a mujeres y niños, y allí lo hacía todo, desde atender el teléfono hasta matar cucarachas con un manotazo estilo kárate. Un hombre que buscaba a su mujer le había pegado un tiro en la cara.
Franny se nos acercó a Holly y a mí el quinto día. Nos ofreció Kool-Aid de lima en vasos desechables, y bebimos.
– Estoy aquí para ayudaros -dijo.
Yo la miré a sus pequeños ojos azules rodeados de arrugas de la risa y le dije la verdad.
– Estamos aburridas.
Holly estaba ocupada en sacar la lengua lo suficiente para comprobar si se le había vuelto verde.
– ¿Qué queréis? -preguntó Franny.
– No lo sé -respondí.
– Sólo tenéis que desearlo, y si lo deseáis lo bastante y comprendéis por qué lo hacéis, lo sabéis de verdad, entonces sucederá.
Parecía muy sencillo, y lo era. Así fue como Holly y yo conseguimos nuestro dúplex.
Yo odiaba nuestra casa de dos plantas de la Tierra. Odiaba los muebles de mis padres, y que nuestra casa mirara a otra casa y a otra casa y a otra, un eco de uniformidad que subía por la colina. Nuestro dúplex, en cambio, daba a un parque, y a lo lejos, lo suficientemente cerca para saber que no estábamos solas, pero tampoco demasiado cerca, veíamos las luces de otras casas.
Con el tiempo empecé a desear más cosas. Lo que me extrañaba era cuánto deseaba saber lo que no había sabido en la Tierra. Quería que me dejaran hacerme mayor.
– La gente crece viviendo -dije a Franny-. Yo quiero vivir.
– Eso está descartado -contestó ella.
– ¿Podemos ver al menos a los vivos? -preguntó Holly.
– Ya lo hacéis -respondió ella.
– Creo que se refiere a sus vidas enteras -dije-, de principio a fin, para ver cómo lo han hecho ellos. Saber los secretos. Así podríamos simular mejor.
– Eso no lo experimentaréis -aclaró Franny.
– Gracias, Central de Inteligencia -dije, pero nuestros cielos empezaron a ampliarse.
Yo seguía estando en el instituto, con toda la arquitectura del Fairfax, pero ahora salían caminos de él.
– Seguid los senderos -dijo Franny- y encontraréis lo que necesitáis.
Así fue como Holly y yo nos pusimos en camino. En nuestro cielo había una tienda de helados donde, si pedías determinados sabores, nunca te decían: «No es la época»; había un periódico donde a menudo aparecían fotos nuestras que nos hacían parecer importantes; había en él hombres de verdad y mujeres guapas, porque Holly y yo teníamos devoción por las revistas de moda. A veces Holly no parecía prestar mucha atención, y otras desaparecía mientras yo la buscaba. Era cuando iba a una parte del cielo que no compartíamos. Yo la echaba de menos entonces, pero era una manera extraña de echar de menos, porque a esas alturas conocía el significado de «siempre».