Desde Mi Cielo | страница 12
Ninguno de los dos sabía quién se había dormido antes; con los huesos doloridos por el agotamiento, se durmieron y se despertaron al mismo tiempo, sintiéndose culpables. La lluvia, que había cambiado varias veces a medida que bajaban las temperaturas, ahora era granizo, y el ruido de pequeñas piedras de hielo contra el tejado los despertó a la vez.
No hablaron. Se miraron a la tenue luz de la lámpara que habían dejado encendida al otro lado de la habitación. Mi madre se echó a llorar y mi padre la abrazó, le secó con las yemas de los dedos las lágrimas que corrían por sus pómulos y la besó con delicadeza en los ojos.
Yo desvié la mirada mientras se abrazaban. La desplacé hacia el campo de trigo, para ver si había algo a la vista que la policía pudiera encontrar por la mañana. El granizo dobló los tallos y obligó a todos los animales a guarecerse. A poca profundidad estaban las madrigueras de los conejos que tanta gracia me habían hecho, los conejos que se comían las hortalizas y las flores del vecindario, y a veces, sin darse cuenta, llevaban veneno a sus madrigueras. Entonces, bajo tierra y muy lejos de la mujer o el hombre que había rociado su huerto de cebo tóxico, toda una familia de conejos se acurrucaba para morir.
La mañana del día 10, mi padre vació la botella de whisky en el fregadero de la cocina. Lindsey le preguntó por qué lo hacía.
– Tengo miedo de bebérmelo -dijo.
– ¿Quién ha llamado? -preguntó mi hermana.
– ¿Llamado?
– Te he oído decir lo que siempre dices de la sonrisa de Susie. De las estrellas que estallan.
– ¿He dicho eso?
– Te has puesto un poco cursi. Era un poli, ¿verdad?
– ¿Nada de mentiras?
– Nada de mentiras -acordó Lindsey.
– Han encontrado una parte de un cuerpo. Podría ser de Susie.
Fue un fuerte golpe en el estómago.
– ¿Qué?
– No hay nada seguro -tanteó mi padre.
Lindsey se sentó a la mesa de la cocina.
– Voy a vomitar -dijo.
– ¿Cariño?
– Papá, quiero que me digas qué es, qué parte del cuerpo es, y luego tendré que vomitar.
Mi padre bajó un gran recipiente metálico, lo llevó a la mesa y lo dejó cerca de Lindsey antes de sentarse a su lado.
– Está bien -dijo ella-. Dímelo.
– Un codo. Lo ha encontrado el perro de los Gilbert.
Mi padre le cogió la mano y entonces ella vomitó, como había prometido hacer, en el brillante recipiente plateado.
Más tarde, esa mañana, el cielo se despejó, y no muy lejos de mi casa la policía acordonó el campo de trigo y emprendió su búsqueda. La lluvia, aguanieve, nieve y granizo, al derretirse y mezclarse, habían dejado el suelo empapado; aun así, había una zona donde habían removido recientemente la tierra. Empezaron a cavar por allí.