Anghara | страница 9



«Lo cual», interrumpió Grimya de nuevo, con suavidad, «sería una mentira.»

«Sí. Sí, lo sería. Me gusta Vinar, aunque no en la forma en que él desea, y no quiero herirlo a menos que sea imprescindible. Pero mi única otra opción es contarle la verdad... y, si lo hiciera, se negaría a creerme.»

Grimya profirió un débil gemido ahogado. Lo comprendió Vinar, como cualquier hombre razonable, encontraría imposible aceptar que Índigo no fuera lo que parecía; que no fuera una mujer en la flor de la vida, sino un ser proscrito que durante más de medio siglo había arrastrando la carga de la inmortalidad sobre sus espaldas. Sin envejecer, sin cambiar, incapaz de morir, desde aquel día de un pasado lejano en que había abierto una puerta prohibida y sacado a la luz un secreto largo tiempo olvidado...

«Quiere conocer a mi familia», comunicó Índigo con amargura. «¿Cómo puedo decirle que no tengo familia, que todos Llevan muertos cincuenta años y que fui yo quien los mató?»

«Tú no lo hiciste...», empezó a protestar Grimya, pero Índigo la acalló.

«Lo hice, cariño; de nada sirve negarlo. Directa o indirectamente, yo fui responsable de sus muertes.»

El tiempo había cicatrizado muchas de las heridas y difuminado el recuerdo de Índigo, pero, aunque su padre, madre y hermano no eran ahora más que sombras apenas recordadas, algunas veces sentía la sensación de culpa por lo que había hecho como un agudo dolor físico en su interior. Al iniciarse este viaje había tenido la esperanza de que, al regresar a su país para enfrentarse a aquellos fantasmas tras cincuenta años de exilio, podría encontrar una forma de exorcizarlos y hacer las paces con su pasado. Pero, a medida que la nave se acercaba más y más a las Islas Meridionales, la esperanza se había ido esfumando y la aprensión había ocupado su lugar. Se habría amilanado; habría saltado del barco en cualquiera de la docena de puertos en los que había atracado durante el largo viaje por el norte, y huido por tierra, por mar, a cualquier parte con tal de interponer una distancia infranqueable entre ella y su antiguo hogar... de no haber sido por una cosa: sabía —no; creía, aunque, en esto, no se podía separar la fe del conocimiento— que de todos aquellos que había conocido y amado hacía tanto tiempo, uno no estaba perdido. Ni perdido, ni muerto, sino vivo, inmutable, y esperándola. Para liberarlo del limbo en el que estaba retenido desde hacía cincuenta años, estaba dispuesta a enfrentarse a cualquier prueba. Y ésa era la verdad que Vinar no podría jamás comprender, el motivo por el que jamás podría amarlo. Ella tenía otro amor, y regresaba a casa en su busca.