Anghara | страница 6
Vinar no había observado su repentina expresión contrariada, y de todos modos se
mostraba impávido.
—No importa —dijo—. Soy scorvio; hago las cosas a la manera scorvia. Sólo lo que es justo y correcto. Conseguiré aprobación del jefe de tu familia, conseguiré gustarle. — Le dedicó de nuevo su contagiosa sonrisa ingenua—. Puedo hacerlo. Luego también te gustaré a ti, más que ahora. Y entonces... —Chasqueó los dedos, y rió entre dientes de buena gana—. Cambiarás de forma de pensar. No me rindo fácilmente... ¡Esperaré, y un día no muy lejano cambiarás de idea!
Un discordante estruendo metálico procedente de la popa los sobresaltó mientras Índigo intentaba desesperadamente encontrar una respuesta. Vinar levantó la cabeza con rapidez, y sus pálidos ojos azules se iluminaron.
—¡Oye, ése es el gong de la cocina! —Extendió la mano y la cogió del brazo—. Vamos. Todos los alcatraces y pájaros bobos se reunirán allí en un momento. ¡Lleguemos antes para obtener los mejores bocados!
La tripulación diurna empezaba ya a converger en la escotilla de la cocina, de la que surgía un aroma apetitoso que rivalizaba con los olores de alquitrán, lona, madera seca y agua salada. Resultaba un grupo variopinto: rubios habitantes del continente oriental con sus aguileñas facciones; menudos y jactanciosos hombres y mujeres davakotianos con los cabellos cortados casi al ras y piedras preciosas incrustadas en las mejillas; hombres de piel oscura procedentes de las Islas de las Piedras Preciosas; algunos scorvios y también marineros de las Islas Meridionales e incluso unos pocos reclutas de lo más profundo del continente occidental. Y entre ellos, deslizándose con agilidad por entre las piernas para llegar a la cabeza de la cola, un cuerpo peludo moteado de gris y una cola que no cesaba de agitarse ansiosa, apenas visibles entre la multitud.
—¡Eh, Grimya! —La voz de Vinar podía atravesar una pared de roca cuando la elevaba, y todas las cabezas se volvieron—. Deja algo para nosotros pobres esclavos humanos, ¿de acuerdo?
Se escucharon risas, y el animal de pelaje gris giró la cabeza y le dedicó una sonrisa lobuna mientras dejaba que la lengua se balanceara por una de las comisuras. Un mensaje entusiasmado penetró en la mente de Índigo.
«¡Carne! ¡Todos tenemos carne! ¡Sólo falta un día para llegar a tierra, de modo que han abierto el último barril de tasajo y el cocinero ha preparado estofado!»
Grimya,