Anghara | страница 7
la loba, su mejor amiga y compañera desde hacía medio siglo, se mostró tan bulliciosa como un cachorro en su primera cacería al correr hacia Índigo, y saltó en el aire para dar mayor énfasis a su mensaje telepático.
«¡Será tan estupendo volver a comer carne! ¿Cuánto tiempo ha pasado, Índigo? ¿Cinco días? ¿Más? Parece como si fueran más. ¡Estoy harta de comer pescado!»
Índigo lanzó una carcajada y alborotó el pelaje de la loba, mientras que Vinar se agachaba para acariciarla con cariño.
—El olfato de Grimya nos gana a todos —dijo—. Ahora lo percibo y es estofado. Auténtico estofado. Nos aseguraremos de que pueda repetir, ¿de acuerdo?
Índigo asintió. Vinar no conocía el secreto de Grimya; no se daba cuenta de que el animal era un mutante que comprendía y podía hablar la lengua de los humanos. Y el vínculo telepático que Índigo y la loba compartían era algo que, quizá, no habría entendido. A pesar de ello, Vinar y Grimya se habían hecho buenos amigos durante el viaje, y ahora la loba se dedicó a abrir paso al scorvio por entre la masa de marineros hambrientos hasta la escotilla, donde la cocinera davakotiana se dedicaba a entregar humeantes cuencos de madera con la comida del mediodía al tiempo que chillaba a voz en grito a los presentes:
—¡Esperad vuestro turno, que la Madre del Mar se os lleve a todos, esperad vuestro turno!
Vinar regresó hasta donde esperaba Índigo, realizando increíbles malabarismos para transportar tres cuencos rebosantes en dos manos mientras intentaba que una Grimya babeante y apretada contra sus piernas no le hiciera dar un traspié. Los primeros en obtener sus raciones empezaron a desperdigarse por la cubierta, y ellos tres encontraron un lugar donde sentarse con la espalda apoyada contra el palo de mesana y disfrutar de la comida.
—¡Demos gracias a la Madre todopoderosa por tener una buena cocinera en este barco! —A modo de homenaje, Vinar alzó su primera cucharada de suculento estofado picante hacia el cielo, antes de introducírsela en la boca con aire agradecido—. ¡Más valiosa que toda una brazada de oro y piedras preciosas; puedes creerme, porque sé lo que digo! —Engulló lo que tenía en la boca, se pasó la lengua por los labios, y clavó la mirada en Índigo—. ¿Tú sabes cocinar, o no? No importa; ¡si tú no sabes, yo lo haré! —
Y su risa resonó con fuerza por la cubierta—. Un día de éstos; un día de éstos. Cambiarás de idea. ¡Espera y verás!
Terminada la comida, el capitán Brek, con la prudencia del buen marino, hizo saber que a partir de aquel momento todas las guardias se doblarían hasta que el