Desde Mi Cielo | страница 70
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Lindsey.
– Necesito que me ayudes con la cremallera.
La abuela Lynn se volvió, y Lindsey vio lo que nunca había visto en nuestra madre. La parte posterior del sostén negro y la parte superior de la combinación de la abuela Lynn. Dio el par de pasos que la separaban de nuestra abuela y, tratando de no tocar nada más que la cremallera, se la subió.
– ¿Y el corchete de arriba? -añadió la abuela Lynn-. ¿Llegas?
El cuello de nuestra abuela olía a polvos de talco y a Chanel número 5.
– Es una de las razones para tener a un hombre, no puedes hacer estas cosas tú sola.
Lindsey era tan alta como nuestra abuela, y seguía creciendo. Al coger el corchete con ambas manos, vio los finos mechones de pelo rubio teñido en la nuca. Vio el sedoso vello grisáceo que le cubría la espalda y el cuello. Abrochó el vestido y se quedó donde estaba.
– He olvidado cómo era -dijo Lindsey.
– ¿Qué? -La abuela Lynn se volvió.
– No logro acordarme, ¿sabes? -dijo Lindsey-. Me refiero a su cuello. ¿Lo miré alguna vez?
– Oh, cariño, ven aquí -dijo la abuela Lynn, abriendo los brazos, pero Lindsey se volvió hacia el armario.
– Necesito estar guapa -dijo.
– Eres guapa -dijo la abuela Lynn.
Lindsey se quedó sin aliento. Si algo no hacía la abuela Lynn era repartir cumplidos. Cuando llegaban eran como un regalo inesperado.
– Vamos a encontrarte un bonito conjunto -dijo la abuela Lynn, y se acercó a grandes zancadas a mi ropa.
Nadie sabía rebuscar entre perchas como la abuela Lynn. En las raras ocasiones que venía a vernos al comienzo del curso, salía de compras con nosotras. Nos maravillábamos al observar sus hábiles dedos tocar las perchas como si fueran teclas. De pronto vacilaba sólo un instante, sacaba un vestido o una camisa y lo sostenía en alto. «¿Qué os parece?», preguntaba. Siempre era perfecto.
Mientras observaba mis prendas sueltas, las sacaba y las colocaba sobre el torso de mi hermana, dijo:
– Tu madre está fatal, Lindsey. Nunca la he visto así.
– Abuela.
– Chisss. Estoy pensando. -Sostuvo en alto mi vestido favorito para ir a la iglesia. Era de algodón oscuro, con un cuello a lo Peter Pan. Me gustaba sobre todo porque la falda era tan larga que podía sentarme con las piernas cruzadas en el banco y estirar el dobladillo hasta el suelo-. ¿Dónde consiguió este saco? -preguntó-. Tu padre también está fatal, pero él por lo menos está furioso.
– ¿Sobre qué hombre le preguntabas a mamá?