Desde Mi Cielo | страница 71



Ella se puso rígida al oír la pregunta.

– ¿Qué hombre?

– Le preguntaste a mamá si papá seguía creyendo que ese hombre lo había hecho. ¿Qué hombre?

– Voilà!

La abuela Lynn sostuvo en alto un corto vestido azul marino que mi hermana nunca había visto. Era de Clarissa.

– Es demasiado corto -dijo Lindsey.

– Estoy pasmada con tu madre -dijo la abuela Lynn-. ¡Que haya dejado a su hija comprarse algo tan elegante!

Mi padre gritó desde el pasillo que nos esperaba a todos abajo en diez minutos.

La abuela Lynn se apresuró. Ayudó a Lindsey a ponerse el vestido por la cabeza, corrieron juntas a la habitación de Lindsey en busca de zapatos, y por último en el pasillo, bajo la luz del techo, le arregló la raya y el rimel. Terminó con unos toques de colorete que le aplicó en sentido ascendente en cada mejilla. No fue hasta que mi abuela bajó y mi madre comentó lo corto que era el vestido de Lindsey mirando con recelo a la abuela Lynn cuando mi hermana y yo caímos en la cuenta de que la abuela iba con la cara lavada. Buckley se sentó entre ellas en el asiento trasero, y cuando se acercaban a la iglesia, observó a la abuela Lynn y le preguntó qué hacía.

– Cuando no tienes tiempo para ponerte colorete, esto les da un poco de vida -respondió ella, y Buckley la copió y se pellizcó las mejillas.


Samuel Heckler estaba junto a las piedras que delimitaban el sendero que conducía a la puerta de la iglesia. Iba vestido completamente de negro, y a su lado estaba su hermano mayor, Hal, con la machacada cazadora de cuero que Samuel había llevado el día de Navidad.

Su hermano era una copia de Samuel en más moreno. Tenía la cara bronceada y curtida de ir en moto a toda velocidad por las carreteras rurales. Cuando mi familia se acercó, Hal se volvió rápidamente y se alejó.

– Éste debe de ser Samuel -dijo mi abuela-. Yo soy la abuela mala.

– ¿Entramos? -dijo mi padre-. Me alegro de verte, Samuel.

Lindsey y Samuel entraron los primeros mientras mi abuela se quedaba atrás y caminaba al otro lado de mi madre. Un frente unido.

El detective Fenerman estaba junto al umbral con un traje que tenía todo el aspecto de picar. Saludó a mis padres con la cabeza y pareció no apartar los ojos de mi madre.

– ¿Nos acompaña? -preguntó mi padre.

– Gracias -dijo él-, pero sólo quiero estar cerca.

– Se lo agradecemos.

Entraron en el atestado vestíbulo de la iglesia. Yo quería reptar por la espalda de mi padre, rodearle el cuello y hablarle en susurros al oído. Pero ya estaba allí, en cada poro y en cada grieta.