Desde Mi Cielo | страница 69
No era la señora Utemeyer. Era otra persona. Pero, al mismo tiempo, sí que era la señora Utemeyer. Traté de clavar la mirada en los brillantes anillos dorados de sus dedos.
– Madre -dijo el señor Utemeyer-, te he traído a la niña a la que llamabas Natalie.
Lindsey y yo reconocimos más tarde que habíamos esperado que la señora Utemeyer hablara, y que habíamos decidido, cada una por su cuenta, que si lo hacía íbamos a cogernos de la mano y echar a correr como locas.
Un par de insoportables segundos después todo terminó y él volvió a dejarnos con nuestros padres.
No me sorprendí mucho la primera vez que vi a la señora Bethel Utemeyer en el cielo, ni me chocó cuando Holly y yo la encontramos paseando cogida de la mano de una niña pequeña y rubia que nos presentó como su hija, Natalie.
La mañana de mi funeral, Lindsey se quedó todo lo que pudo en su habitación. No quería que mi madre viera que seguía maquillada hasta que fuera demasiado tarde para hacer que se lavase la cara. Se había convencido también de que no pasaba nada si cogía un vestido de mi armario. Que a mí no me importaría.
Pero era extraño verlo.
Abrió la puerta de mi habitación, una cámara acorazada que hacia el mes de febrero era visitada cada vez más a menudo, aunque nadie, ni mi madre ni mi padre ni Buckley ni Lindsey, confesaba haber entrado o cogido cosas que no tenían pensado devolver. Hacían la vista gorda a los rastros que dejaban todos los que iban a verme allí y echaban la culpa de cualquier alteración a Holiday, aunque fuera imposible achacársela a él.
Lindsey quería estar guapa para Samuel. Abrió las puertas dobles de mi armario y contempló el desorden. Yo nunca había sido lo que se dice ordenada, de modo que cada vez que mi madre nos decía que arregláramos la habitación, metía dentro del armario, de cualquier modo, lo que había en el suelo o encima de la cama.
Lindsey siempre había querido la ropa que yo estrenaba y que ella siempre heredaba.
– Guau -susurró hacia la oscuridad del armario. Se dio cuenta, con una mezcla de remordimientos y alegría, de que todo lo que veía ante ella ahora era suyo.
– ¿Hola? Toc, toc -dijo la abuela Lynn.
Lindsey dio un brinco.
– Perdona que te moleste, cariño -dijo-. Me ha parecido oírte aquí dentro.
Mi abuela llevaba uno de sus vestidos a lo Jackie Kennedy, como los llamaba mi madre. Nunca había comprendido por qué, a diferencia del resto de la familia, su madre no tenía caderas y podía ponerse un vestido de corte recto que incluso a sus sesenta y dos años le quedaba como un guante.