Desde Mi Cielo | страница 66



Cuando yo vivía, todo lo que hacía mi abuela estaba mal. Pero sucedió algo extraño cuando llegó ese día en su limusina alquilada, abrió la puerta de nuestra casa y entró sin llamar. Con toda su odiosa elegancia estaba trayendo de nuevo la luz.

– Necesitas ayuda, Abigail -dijo después de comer la primera comida de verdad que mi madre había cocinado desde mi desaparición.

Mi madre se quedó perpleja. Se había puesto sus guantes azules y llenado el fregadero de agua jabonosa, y se disponía a lavar los platos. Lindsey iba a secarlos. Suponía que su madre pediría a Jack que le sirviera su copa de después de comer.

– Eres muy amable, madre.

– No tiene importancia -dijo ella-. Voy corriendo por mi bolsa mágica.

– Oh, no -oí decir a mi madre en un susurro.

– Oh, sí, la bolsa mágica -dijo Lindsey, que no había abierto la boca en toda la comida.

– ¡Por favor, madre! -protestó mi madre cuando volvió la abuela Lynn.

– Muy bien, niños, quitad la mesa y traed aquí a vuestra madre. Voy a maquillarla.

– Estás loca, madre. Tengo que lavar todos estos platos.

– Abigail -dijo mi padre.

– Ah, no. Puede que a ti te incite a beber, pero a mí no se me va a acercar con todos esos instrumentos de tortura.

– No estoy bebido -replicó él.

– Pues estás sonriendo -dijo mi madre.

– Demándalo entonces -dijo la abuela Lynn-. Buckley, coge a tu madre de la mano y arrástrala hasta aquí.

Mi hermano la complació. Le divertía ver a su madre recibir órdenes.

– ¿Abuela Lynn? -preguntó Lindsey con timidez.

Buckley conducía a mi madre a una silla de la cocina que mi abuela había colocado delante de ella.

– ¿Qué?

– ¿Puedes enseñarme a maquillar?

– ¡Cielo santo, alabado sea el Señor, sí!

Mi madre se sentó y Buckley se subió a su regazo.

– ¿Qué te pasa, mamá?

– ¿Estás riéndote, Abbie? -Mi padre sonrió.

Así era. Reía y lloraba a la vez.

– Susie era una buena chica, cariño -dijo la abuela Lynn-. Como tú. -No hizo ninguna pausa-. Ahora, levanta la barbilla y deja que eche un vistazo a esas bolsas que tienes debajo de los ojos.

Buckley se bajó y se sentó en una silla.

– Esto es un rizador de pestañas, Lindsey -instruyó la abuela-. Todo esto se lo enseñé a tu madre.

– Clarissa tiene uno -dijo Lindsey.

Mi abuela colocó los extremos de goma del rizador a cada lado de las pestañas de mi madre, y ésta, sabiendo cómo funcionaban, alzó los ojos.

– ¿Has hablado con Clarissa? -preguntó mi padre.

– La verdad es que no -dijo Lindsey-. Siempre está con Brian Nelson. Se han saltado suficientes clases para que los expulsen tres días.