Desde Mi Cielo | страница 59
– Tal vez no sea hoy ni mañana -dijo a mi madre-, pero algún día hará algo incontrolable. Hay demasiadas cosas incontroladas en sus costumbres para que no lo haga.
Mi madre se quedó sola para atender a Len Fenerman hasta que mi padre volvió de casa de los Singh. En la mesa de la sala estaban los lápices de Buckley desparramados sobre el papel de la carnicería que le había dado mi madre. Buckley y Nate habían dibujado hasta que sus cabezas habían empezado a inclinarse como flores pesadas, y mi madre los había cogido en brazos, primero a uno y después al otro, y los había llevado al sofá. Dormían allí, uno en cada extremo, con los pies casi tocándose en el centro.
Len Fenerman tenía suficiente experiencia para saber que debía hablar bajito, pero, según advirtió mi madre, no sentía mucha adoración por los niños. La observó mientras los cogía en brazos, pero no se levantó para ayudarla ni comentó nada sobre ellos como siempre hacían los demás policías, definiéndola por sus hijos, tanto vivos como muertos.
– Jack quiere hablar contigo -dijo mi madre-. Pero seguramente estás demasiado ocupado para esperar.
– No estoy demasiado ocupado.
Vi cómo a mi madre se le caía un mechón de pelo negro de detrás de la oreja. Le suavizaba la cara. Vi que Len también lo veía.
– Ha ido a casa del pobre Ray Singh -dijo ella, y volvió a colocarse el mechón caído.
– Siento haber tenido que interrogarlo -dijo Len.
– Sí -dijo ella-. Ningún chico joven sería capaz de… -No fue capaz de decirlo y él no la ayudó.
– Tenía una coartada a toda prueba.
Mi madre cogió uno de los lápices de encima del papel.
Len Fenerman la observó dibujar monigotes. Buckley y Nate hacían ruiditos mientras dormían en el sofá. Mi hermano estaba acurrucado en posición fetal y un momento después se metió el pulgar en la boca. Era una costumbre que mi madre nos había dicho que entre todos debíamos ayudarle a abandonar. En esos momentos envidió su tranquilidad.
– Usted me recuerda a mi mujer -dijo él tras un largo silencio durante el cual mi madre había dibujado un caniche anaranjado y lo que parecía un caballo azul sometido a una terapia de electroshock.
– ¿Tampoco sabe dibujar?
– No era muy habladora cuando no había nada que decir.
Pasaron unos minutos más. Un sol redondo y amarillo. Una casa marrón con flores en la puerta: rosas, azules y moradas.
– Ha hablado en pasado.
Los dos oyeron la puerta del garaje.
– Murió poco después de que nos casáramos -dijo él.