Desde Mi Cielo | страница 58



– Sé quién la mató. -Se oyó a sí mismo decírselo a Ruana Singh.

– ¿Se lo ha dicho a la policía?

– Sí.

– ¿Y qué le han dicho?

– Dicen que de momento no hay nada que lo relacione con el crimen aparte de mis sospechas.

– Las sospechas de un padre… -empezó a decir ella.

– Tan convincentes como la intuición de una madre.

Esta vez, a Ruana se le vieron los dientes al sonreír.

– Vive en el vecindario.

– ¿Qué se propone hacer?

– Estoy investigando todas las pistas -dijo mi padre, sabiendo cómo sonaba al decirlo.

– Y mi hijo…

– Es una pista.

– Tal vez le asusta a usted demasiado el otro hombre.

– Pero tengo que hacer algo -protestó él.

– Volvemos a estar en las mismas, señor Salmón -dijo ella-. Me ha interpretado mal. No estoy diciendo que no haya hecho bien viniendo aquí. En cierto modo, es lo que debe hacer. Quiere encontrar algo tierno, algo emotivo en todo este asunto. Su búsqueda lo ha traído aquí. Eso está bien. Sólo me preocupa que no esté tan bien para mi hijo.

– No quiero hacerle daño.

– ¿Cómo se llama el hombre?

– George Harvey. -Era la primera vez que lo decía en voz alta a alguien que no fuese Len Fenerman.

Ella guardó silencio y se levantó. Volviéndole la espalda, se acercó primero a una ventana y luego a la otra para descorrer las cortinas. Era la luz de después del colegio que tanto le gustaba. Buscó a Ray con la mirada y lo vio acercarse por la carretera.

– Ya viene. Saldré a su encuentro. Si me disculpa, necesito ponerme el abrigo y las botas. -Se detuvo-. Señor Salmón, yo haría exactamente lo que está haciendo usted: hablaría con todo el mundo con quien necesitara hablar, no diría a mucha gente el nombre del individuo. Y cuando estuviera segura -añadió-, encontraría una manera silenciosa de matarlo.

Él la oyó en el vestíbulo, el ruido metálico de perchas al descolgar su abrigo. Unos minutos después, la puerta se abrió y se cerró. Entró una fría brisa y a continuación vio en la carretera a una madre saludando a su hijo. Ninguno de los dos sonrió. Bajaron la cabeza. Movieron los labios. Ray encajó la noticia de que mi padre lo esperaba en su casa.


Al principio, mi madre y yo pensamos que era sólo lo obvio lo que distinguía a Len Fenerman del resto de la policía. Era más menudo que los robustos agentes uniformados que solían acompañarlo. Luego estaban los rasgos menos obvios: que a menudo parecía estar ensimismado, y que no estaba para bromas y se ponía muy serio cuando hablaba de mí y de las circunstancias del caso. Pero al hablar con mi madre, Len Fenerman se había revelado como lo que era: un optimista. Creía que capturarían a mi asesino.