Desde Mi Cielo | страница 60



– ¡Papá! -gritó Buckley, y se levantó de un salto, olvidando a Nate y a todos los demás.

– Lo siento -le dijo ella a Len.

– Yo también lo de Susie -dijo él-. De verdad.

En la parte trasera de la casa, mi padre saludó a Buckley y a Nate con gran alborozo, pidiendo a gritos «¡Oxígeno!» como hacía siempre que nos abalanzábamos sobre él tras una dura jornada. Aunque sonaba falso, esos momentos en que se obligaba a levantar el ánimo por mi hermano eran los mejores del día.

Mi madre miró fijamente a Len Fenerman mientras mi padre se dirigía al salón desde la parte trasera. Ve corriendo al fregadero, tenía ganas de decirle, y mira por el desagüe el interior de la tierra. Estoy allá abajo, esperando; estoy aquí arriba, observando.

Len Fenerman había sido el primero en pedir a mi madre mi foto del colegio cuando la policía aún creía que era posible encontrarme con vida. La llevaba en su cartera con un montón de fotos más. Entre esos niños y desconocidos muertos estaba su mujer. Si el caso se había resuelto, escribía detrás de la foto la fecha de su resolución. Si seguía abierto, abierto en su cabeza aunque no lo estuviera en los archivos oficiales de la policía, la dejaba en blanco. Detrás de la mía no había nada escrito. Tampoco detrás de la de su mujer.

– Len, ¿cómo está? -preguntó mi padre.

Holiday se levantó y meneó la cola para que mi padre lo acariciara.

– Tengo entendido que ha ido a visitar a Ray Singh -dijo Len.

– Niños, ¿por qué no vais a jugar a la habitación de Buckley? -sugirió mi madre-. El detective Fenerman y papá necesitan hablar.

7

– ¿La ves? -preguntó Buckley a Nate mientras subían la escalera con Holiday a la zaga-. Es mi hermana.

– No -respondió Nate.

– Se fue un tiempo, pero ahora sé que ha vuelto. ¡Carrera!

Y los tres -dos niños y un perro- subieron a todo correr el resto de la larga curva de la escalera.

Yo nunca me había permitido añorar a Buckley por miedo a que viera mi imagen en un espejo o en el tapón de una botella. Como todos los demás, trataba de protegerlo.

– Es demasiado pequeño -le dije a Franny.

– ¿De dónde crees que salen los amigos imaginarios?

Los dos niños se quedaron un momento sentados bajo el calco enmarcado de una lápida que colgaba al lado de la puerta de la habitación de mis padres. Era de una tumba de un cementerio de Londres. Mi madre nos había contado a Lindsey y a mí cómo mi padre y ella habían querido colgar cuadros en las paredes, y una anciana que habían conocido en su luna de miel les había enseñado a hacer calcos de lápidas en latón. Para cuando yo cumplí los diez años habían bajado al sótano la mayoría de los calcos, y las marcas que habían dejado en nuestras paredes de barrio residencial habían sido sustituidas por alegres grabados que pretendían estimular a los niños. Pero a Lindsey y a mí nos encantaban los calcos, sobre todo el que esa tarde tenían Nate y Buckley encima de sus cabezas.