Desde Mi Cielo | страница 57
– Me alegro de que Susie tuviera como amigo a un buen chico -dijo mi padre-. Quisiera agradecérselo a su hijo.
Ella sonrió, sin enseñar los dientes.
– Le escribió una nota de amor -añadió él.
– Sí.
– Ojalá hubiera sabido lo suficiente para hacer lo mismo -dijo él-. Para decirle que la quería ese último día.
– Sí.
– Su hijo, en cambio, lo hizo.
– Sí.
Se miraron un momento.
– La policía debe de haber enloquecido con usted -dijo él, y sonrió más para sí que para ella.
– Vinieron a acusar a Ray -dijo ella-. No me preocupó lo que pensaran de mí.
– Imagino que ha sido muy duro para él -dijo mi padre.
– No, no voy a permitirlo -dijo ella con severidad, dejando la taza de nuevo en la bandeja-. No puede compadecer a Ray o a nosotros.
Mi padre trató de balbucir unas palabras de protesta.
Ella levantó una mano.
– Usted ha perdido a una hija y ha venido aquí con algún propósito. Sólo le permitiré eso, pero no que intente ponerse en nuestro lugar, eso nunca.
– No era mi intención ofenderla -dijo él-. Yo sólo…
Volvió a alzar la mano.
– Ray estará en casa dentro de veinte minutos. Yo hablaré antes con él para prepararlo, luego podrá hablar con él de su hija.
– ¿Qué he dicho?
– Me gusta tener tan pocos muebles. Eso me permite pensar que algún día podríamos hacer las maletas e irnos.
– Espero que se queden -dijo mi padre. Lo dijo porque le habían entrenado para ser educado desde una edad muy temprana, entrenamiento que me había transmitido, pero también lo dijo porque parte de él quería más de ella, de esa fría mujer que no era exactamente fría, esa roca que no era piedra.
– Con todo el respeto -dijo ella-, usted ni siquiera me conoce. Esperaremos a Ray juntos.
Mi padre había salido de casa en medio de una discusión entre Lindsey y mi madre. Esta había intentado convencer a Lindsey para que la acompañara a la YMCA a nadar. Sin pensarlo, Lindsey había bramado a voz en grito: «¡Antes me muero!». Mi padre había visto cómo mi madre se había quedado inmóvil y a continuación había estallado y huido a su habitación para llorar detrás de la puerta. El había metido sin decir nada su cuaderno en el bolsillo de su chaqueta, había cogido las llaves del coche del perchero que había junto a la puerta trasera y había salido con sigilo.
En aquellos primeros meses, mis padres se movieron en direcciones opuestas. Cuando uno se quedaba en casa, el otro salía. Mi padre se quedaba dormido en la butaca verde de su estudio, y cuando se despertaba, entraba con cuidado en el dormitorio y se metía en la cama. Si mi madre tenía todas las sábanas, renunciaba a ellas y se hacía un ovillo, listo para saltar en cuanto lo avisaran, listo para cualquier cosa.