Desde Mi Cielo | страница 53
A Ray le gustaba mucho andar, como a mí, y vivía en el otro extremo de nuestra urbanización, que rodeaba el colegio. Había visto a Ruth Connors pasear sola por los campos de fútbol. Desde Navidad había ido y vuelto del colegio lo más deprisa que había podido, sin entretenerse nunca. Deseaba que capturaran a mi asesino casi tanto como mis padres. Hasta que lo hicieran no podría desembarazarse del todo de la sospecha, a pesar de contar con una coartada.
Aprovechó una mañana que su padre no iba a dar clases a la universidad para llenar su termo con el té dulce de su madre. Salió temprano para esperar a Ruth y montó un pequeño campamento sobre la plataforma circular de cemento para lanzamiento de peso, sentándose en la curva metálica contra la que apoyaban los pies los lanzadores.
Al verla al otro lado de la valla de tela metálica que separaba el colegio del campo de deporte más reverenciado: el de fútbol americano, se frotó las manos y preparó lo que quería decirle. Esta vez el coraje no le vino de haberme besado -una meta que se había propuesto un año antes de alcanzarla-, sino de sentirse, a sus catorce años, profundamente solo.
Vi a Ruth acercarse al campo de fútbol, creyendo que estaba sola. En una vieja casa donde había ido a hurgar en busca de algo rescatable, su padre había encontrado un regalo para ella acorde con su nuevo pasatiempo: una antología de poemas. Ella lo tenía en las manos.
– ¡Hola, Ruth Connors! -llamó él, agitando los brazos.
Ruth lo miró y acudió a su mente el nombre de Ray Singh. Pero no sabía mucho más aparte de eso. Había oído los rumores de que la policía había estado en su casa, pero ella opinaba como su padre -«¡Eso no lo ha hecho ningún niño!»-, de modo que se acercó a él.
– He preparado té y lo tengo en este termo -dijo Ray.
Me puse colorada por él en el cielo. Era listo cuando se trataba de Otelo, pero se estaba comportando como un cretino.
– No, gracias -dijo Ruth.
Se quedó de pie cerca de él, pero entre ellos seguía habiendo unos pocos pero decisivos pasos más de los normales. Clavó las uñas en la gastada portada de su antología de poesía.
– Yo también estaba allí el día que tú y Susie hablasteis entre bastidores -dijo Ray. Le ofreció el termo. Ella no se acercó ni reaccionó-. Susie Salmón -aclaró él.
– Sé a quién te refieres -dijo ella.
– ¿Vas a ir al funeral?
– No sabía que iba a haber uno -respondió ella.
– Yo no creo que vaya.
Yo me quedé mirando sus labios. Los tenía más rojos que de costumbre, por el frío. Ruth dio un paso hacia delante.