Desde Mi Cielo | страница 42
No, dijo Harvey, no conocía bien a los Salmón. Había visto a los niños. Todo el mundo sabía quién tenía hijos y quién no, comentó con la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda.
– Ves juguetes en el jardín. Hay más bullicio en las casas -observó con voz entrecortada.
– Tengo entendido que ha tenido recientemente una conversación con el señor Salmón -dijo Len en su segundo viaje a la casa verde oscura.
– Sí, ¿hay algún problema? -preguntó el señor Harvey.
Miró a Len con los ojos entornados, pero luego tuvo que hacer una pausa-. Deje que vaya por las gafas -dijo-. Estaba investigando sobre un segundo imperio.
– ¿Un segundo imperio? -preguntó Len.
– Ahora que se han acabado mis pedidos de Navidad, puedo experimentar -explicó el señor Harvey.
Len lo siguió a la parte trasera, donde había una mesa de comedor colocada contra una pared. Encima había amontonados lo que parecían ser paneles de madera en miniatura.
«Un poco raro -pensó Fenerman-, pero eso no le convierte en asesino.»
El señor Harvey cogió las gafas y al instante se animó.
– Sí, el señor Salmón estaba dando uno de sus paseos y me ayudó a construir la tienda nupcial.
– ¿La tienda nupcial?
– Es algo que construyo todos los años para Leah -dijo-. Mi mujer. Soy viudo.
Len tuvo la impresión de estar entrometiéndose en los rituales privados de ese hombre.
– Entiendo -dijo.
– Lamento muchísimo lo que le ha pasado a esa niña -dijo el señor Harvey-. He tratado de decírselo al señor Salmón. Pero sé por experiencia que nada tiene sentido en momentos como ésos.
– Entonces, ¿todos los años levanta esa tienda? -preguntó Len Fenerman.
Eso era algo que los vecinos podrían confirmar.
– Otros años lo hacía dentro de casa, pero este año he tratado de hacerlo fuera. Nos casamos en invierno. Pensé que aguantaría hasta que se ponga a nevar en serio.
– ¿Dónde, dentro?
– En el sótano. Puedo enseñárselo si quiere. Tengo todas las cosas de Leah allá abajo.
Pero Len no insistió.
– Ya me he entrometido demasiado -dijo-. Sólo quería comprobar una segunda vez el vecindario.
– ¿Cómo va la investigación? -preguntó el señor Harvey-. ¿Han averiguado algo?
A Len no le gustaban esa clase de preguntas, aunque suponía que era un derecho que tenía la gente cuyas vidas invadía.
– A veces creo que las pistas llegan en el momento adecuado -dijo-. Si quieren que las encontremos, claro está.
Era una respuesta críptica, algo así como un dicho de Confucio, pero funcionaba con casi todos los civiles.