Desde Mi Cielo | страница 40



– Quiero estar sola -dijo Lindsey-. ¿No está claro?

– Estoy aquí si me necesitas -dijo él.

– Papá -dijo mi hermana, haciendo una concesión por él-, prefiero afrontarlo yo sola.

¿Qué podía hacer él con esa respuesta? Podría haber roto el código y decir «Pues yo no, yo no puedo, no me obligues a hacerlo», pero se quedó allí un segundo y emprendió la retirada.

– Lo comprendo -dijo al principio, aunque no era cierto.

Yo quería levantarlo del suelo, como las estatuas que había visto en los libros de historia del arte. Una mujer levantando a un hombre. El rescate al revés. Hija a padre diciendo: «No te preocupes. Todo irá bien. No dejaré que te hagan daño».

En lugar de eso observé cómo se iba a llamar por teléfono a Len Fenerman.

Esas primeras semanas, la policía se mostró casi reverente. Los casos de niñas muertas desaparecidas no eran muy frecuentes en los barrios residenciales. Pero sin pistas sobre dónde estaba mi cuerpo o quién me había matado, la policía se estaba poniendo nerviosa. Había una ventana en el tiempo gracias a la cual solían encontrarse pruebas físicas: la ventana cada vez era más pequeña.

– No quiero parecer irracional, detective Fenerman -dijo mi padre.

– Por favor, llámeme Len.

Debajo de la esquina del secante en forma de rodillo de su escritorio estaba mi foto del colegio, que Len Fenerman había conseguido de mi madre. Antes de que nadie lo expresara en palabras, él sabía que yo estaba muerta.

– Estoy seguro de que hay un hombre en el vecindario que sabe algo -dijo mi padre.

Miraba por la ventana de su estudio del piso de arriba, hacia el campo de trigo. El dueño del campo había dicho a la prensa que iba a dejarlo en barbecho por el momento.

– ¿Quién es y qué le ha llevado a creer algo así? -preguntó Len Fenerman.

Escogió un lápiz pequeño, grueso y mordisqueado de la bandeja metálica del cajón de su escritorio.

Mi padre le habló de la tienda, de cómo el señor Harvey le había dicho que se marchara a casa, de que había pronunciado mi nombre y de lo raro que creía el vecindario que era el señor Harvey, sin un empleo fijo ni hijos.

– Lo investigaré -dijo Len Fenerman, porque era su deber. Era el papel que le había tocado. Pero la información que le había dado mi padre apenas era un punto de partida-. No hable con nadie ni vuelva a acercarse a él -advirtió.

Cuando mi padre colgó sintió una extraña sensación de vacío. Agotado, abrió la puerta de su estudio y la cerró sin hacer ruido detrás de él. En el pasillo, por segunda vez, llamó a mi madre: