Desde Mi Cielo | страница 36
– ¿Qué es eso? -volvió a preguntar.
El señor Harvey se detuvo el tiempo justo para mirarlo y volvió de nuevo a lo que lo ocupaba.
– Una tienda.
– ¿Y eso qué es?
– Señor Salmón -dijo-, siento mucho lo ocurrido.
Irguiéndose, mi padre respondió con la palabra de rigor:
– Gracias. -Era como una roca encaramada en su garganta.
Siguió un momento de silencio, y entonces el señor Harvey, al darse cuenta de que mi padre no tenía intención de marcharse, le preguntó si quería ayudarle.
Así fue como, desde el cielo, vi a mi padre construir una tienda con el hombre que me había matado.
Mi padre no aprendió gran cosa. Aprendió a atar piezas arqueadas a postes dentados y a colocar entre esas piezas varas más flexibles para formar semiarcos en el otro sentido. Aprendió a juntar los extremos de esas varas y a atarlas a los travesaños. Se enteró de que lo hacía porque el señor Harvey había estado leyendo sobre la tribu imezzureg y había querido reproducir exactamente una de sus tiendas. Se quedó allí de pie, reafirmado en la opinión del vecindario de que era un hombre raro. De momento, eso fue todo.
Pero cuando estuvo acabada la estructura -un trabajo de una hora-, el señor Harvey entró en su casa sin dar ninguna explicación. Mi padre supuso que era un descanso, que el señor Harvey había entrado para hacerse un café o preparar una tetera.
Se equivocó. El señor Harvey había entrado en la casa y subido la escalera para comprobar si el cuchillo de trinchar que había dejado en la mesilla de noche de su cuarto seguía allí. En ella también tenía el bloc donde a menudo, en mitad de la noche, dibujaba los diseños que veía en sueños. Miró dentro de una bolsa de papel arrugado de la tienda de comestibles. Mi sangre se había ennegrecido a lo largo del filo. Recordarlo, recordar lo que había hecho en la madriguera, le hizo rememorar lo que había leído sobre una tribu en particular en el sur de Ayr. Cómo, cuando construían una tienda para una pareja recién casada, las mujeres de la tribu hacían la tela que la cubría lo más bonita posible.
Fuera había empezado a nevar. Era la primera vez que nevaba desde mi muerte, y a mi padre no se le pasó por alto.
– Puedo oírte, cariño -me dijo aunque yo no hablara-. ¿Qué pasa?
Me concentré mucho en el geranio muerto que él tenía en su línea de visión. Pensé en que si lograba que floreciera él tendría su respuesta. En mi cielo floreció. En mi cielo los pétalos de geranio se arremolinaron hasta mi cintura. En la Tierra no pasó nada.