Desde Mi Cielo | страница 37



Pero a través de la nieve advertí lo siguiente: mi padre miraba la casa verde con otros ojos. Había empezado a hacerse preguntas.

Dentro, el señor Harvey se había puesto una gruesa camisa de franela, pero en lo primero que se fijó mi padre fue en lo que llevaba en los brazos: un montón de lo que parecían sábanas de algodón blancas.

– ¿Para qué son? -preguntó mi padre. De pronto no podía dejar de ver mi cara.

– Están impermeabilizadas -respondió el señor Harvey.

Al pasarle unas cuantas a mi padre, le rozó los dedos con el dorso de su mano. Sintió una especie de electroshock.

– Usted sabe algo -dijo mi padre.

Él le sostuvo la mirada, pero no hablaron.

Trabajaron juntos mientras nevaba, muy poco. Y al moverse, mi padre experimentó una oleada de adrenalina. Reflexionó sobre lo que sabía. ¿Habían preguntado a ese hombre dónde estaba el día que yo desaparecí? ¿Había visto alguien a ese hombre en el campo de trigo? Sabía que habían interrogado a sus vecinos. De manera metódica, la policía había ido de puerta en puerta.

Mi padre y el señor Harvey extendieron las sábanas sobre el arco abovedado y las sujetaron a lo largo del cuadrado formado por los travesaños que unían los postes en forma de horquilla. Luego colgaron el resto de las sábanas de esos travesaños de modo que los extremos rozaran el suelo.

Cuando hubieron terminado, la nieve se había asentado poco a poco en los arcos cubiertos. Se coló por los agujeros de la camisa de mi padre y formó un montoncito en la parte superior de su cinturón. Suspiré. Me di cuenta de que nunca más saldría corriendo con Holiday a jugar con la nieve, ni empujaría a Lindsey en un trineo, nunca enseñaría a mi hermano pequeño a hacer bolas compactas de nieve, aun sabiendo que era un error. Estaba sola en un mar de pétalos brillantes. En la Tierra los copos de nieve caían con delicadeza e inocencia, como una cortina.

Dentro de la tienda, el señor Harvey pensó en la novia virgen que un miembro de los imezzureg traería a lomos de un camello. Cuando mi padre se le acercó, el señor Harvey levantó la mano con la palma hacia él.

– Ya es suficiente -dijo-. ¿Por qué no se va a casa?

Había llegado el momento de que mi padre dijera algo. Pero lo único que se le ocurrió fue:

– Susie -susurró, y la segunda sílaba salió disparada como una serpiente.

– Acabamos de construir una tienda juntos -dijo el señor Harvey-. Los vecinos nos han visto. Ahora somos amigos.

– Usted sabe algo -repitió mi padre.