Desde Mi Cielo | страница 35



Era en ese período inmediatamente posterior a mi asesinato en el que yo pensaba en el señor Harvey, y en cómo vagó por las lodosas excavaciones y se perdió entre los bulldozers durmientes cuyas monstruosas moles resultaban terroríficas en la oscuridad. El cielo de la Tierra estaba azul oscuro esa noche, y en esa zona abierta el señor Harvey alcanzaba a ver kilómetros a lo lejos. Yo preferí quedarme con él, contemplar con él los kilómetros que tenía ante sí. Quería ir a donde él fuera. Había dejado de nevar y soplaba el viento. Se adentró en lo que su instinto de albañil le dijo que no tardaría en ser un estanque artificial y se quedó allí parado, palpando los colgantes por última vez. Le gustaba la piedra de Pensilvania, en la que mi padre había grabado mis iniciales -mi colgante favorito era la pequeña bicicleta-, de modo que la arrancó y se la guardó en el bolsillo. Arrojó la pulsera con el resto de los colgantes al estanque artificial que no iban a tardar en construir.


Dos días después de Navidad, vi al señor Harvey leer un libro sobre los pueblos dogon y bambara de Malí. Observé cómo se le encendía una bombilla mientras leía sobre la tela y las cuerdas que utilizaban para construir refugios. Decidió que quería volver a construir algo, experimentar como había hecho con la madriguera, y se decidió por una tienda ceremonial como la que describía su libro. Reuniría los sencillos materiales y la montaría en unas pocas horas en el patio trasero.

Después de haber hecho añicos todas sus botellas, mi padre lo encontró allí.

Fuera hacía frío, pero el señor Harvey sólo llevaba una camisa fina de algodón. Había cumplido los treinta y seis ese año y probaba las lentillas duras. Éstas hacían que sus ojos estuvieran perpetuamente inyectados en sangre, y mucha gente, entre ellos mi padre, creían que se había dado a la bebida.

– ¿Qué es eso? -preguntó mi padre.

A pesar de las enfermedades cardíacas que habían padecido los hombres Salmón, mi padre era robusto. Era más corpulento que el señor Harvey, de modo que cuando rodeó la parte delantera de la casa de tejas verdes y entró en el patio trasero, y lo vio levantar lo que parecían postes de una portería de fútbol, se le veía campechano y capaz. Iba como flotando después de haberme visto en los cristales rotos. Lo vi cruzar el césped con tranquilidad, como los chicos cuando van al instituto. Se detuvo cuando le faltaba poco para tocar con la mano el seto de saúco del señor Harvey.