Desde Mi Cielo | страница 33
El señor Harvey llevó el saco anaranjado con mis restos a una profunda grieta que había a doce kilómetros de nuestro vecindario, una zona que hasta hacía poco había estado desierta salvo por las vías del tren y un taller de reparación de motos cercano. Sentado al volante, puso una emisora de radio que durante el mes de diciembre encadenaba villancicos navideños. Silbó dentro de su enorme furgoneta y se congratuló. Tarta de manzana, hamburguesa con queso, helado y café. Se sentía saciado. Cada vez era mejor, sin utilizar nunca un viejo patrón que lo aburriría, sino convirtiendo cada asesinato en una sorpresa para él, un regalo.
Dentro de la furgoneta el aire era frío y como quebradizo. Yo veía el vaho cuando él exhalaba, y me entraron ganas de palpar mis pétreos pulmones.
Condujo por la estrecha carretera que discurría entre dos polígonos industriales nuevos. La furgoneta coleó al pasar por un bache particularmente hondo, y la caja dentro de la cual estaba el saco con mi cuerpo se golpeó contra el neumático de repuesto, resquebrajando el plástico.
– Maldita sea -dijo el señor Harvey. Pero se puso de nuevo a silbar sin detenerse.
Recuerdo haber recorrido un día esa carretera con mi padre al volante y Buckley acurrucado contra mí -sólo había un cinturón de seguridad para los dos- en una salida ilegal.
Mi padre nos había preguntado si queríamos ver desaparecer una nevera.
– ¡La tierra se la tragará! -dijo, poniéndose el gorro y los guantes de cordobán oscuro que yo codiciaba.
Yo sabía que llevar guantes significaba que eras adulto, mientras que los mitones significaban que no lo eras.
(Para las navidades de 1973 mi madre me había comprado unos guantes. Lindsey acabó con ellos, pero ella sabía que eran míos. Los dejó en el borde del campo de trigo un día al volver del colegio. Siempre me quitaba cosas.)
– ¿La tierra tiene boca? -preguntó Buckley.
– Una gran boca redonda sin labios -respondió mi padre.
– Para, Jack -dijo mi madre-. ¿Sabes que le he pillado fuera gruñéndoles a las lagartijas?
– Voy -dije.
Mi padre me había explicado que había una mina subterránea abandonada y que se había derrumbado creando un pozo profundo. Me daba igual; tenía tantas ganas de ver cómo la tierra se tragaba algo como cualquier niño.
De modo que cuando vi que el señor Harvey me llevaba a la sima no pude menos de pensar en lo listo que era. Había metido el saco en una caja metálica, colocándome en el centro de todo ese peso.