Desde Mi Cielo | страница 16



dormía con Lindsey por las noches, y se quedaba al lado de mi padre cada vez que él abría la puerta a un nuevo desconocido. Se apuntaba alegremente a los clandestinos asaltos a la nevera que hacía mi madre, y dejaba que Buckley le tirara de la cola y de las orejas dentro de la casa de puertas cerradas.


Había demasiada sangre en la tierra.

El 15 de diciembre, entre las llamadas a la puerta que advertían a mi familia que se insensibilizara aún más antes de abrir su casa a desconocidos -los vecinos amables pero torpes, los periodistas ineptos pero crueles-, llegó la que acabó abriéndole los ojos a mi padre.

Era Len Fenerman, que tan amable había sido con él, acompañado de un agente uniformado.

Entraron, a esas alturas lo bastante familiarizados con la casa para saber que mi madre prefería que entraran y dijeran lo que tuvieran que decir en la sala de estar para que no lo oyeran mis hermanos.

– Hemos encontrado un objeto personal que creemos que pertenece a Susie -dijo Len.

Se mostró cauteloso. Yo lo veía medir sus palabras. Se aseguró de hablar con precisión para evitar a mis padres el primer pensamiento que de lo contrario habría acudido a su mente: que la policía había encontrado un cadáver y que yo estaba, con toda seguridad, muerta.

– ¿Qué es? -preguntó mi madre con impaciencia.

Cruzó los brazos y se preparó para oír otro detalle insignificante al que los demás daban importancia. Ella era una tapia. Las libretas y novelas no significaban nada para ella. Su hija podía sobrevivir con un solo brazo. Y mucha sangre era mucha sangre, no un cuerpo. Lo había dicho Jack y ella lo creía: no hay nada seguro.

Pero cuando sostuvieron en alto la bolsa de pruebas con mi gorro dentro, en su interior se rompió algo. La fina pared de cristal que había protegido su corazón -y de alguna manera la había insensibilizado, impidiéndole creer- se hizo añicos.

– La borla -dijo Lindsey, que había entrado en la sala de estar desde la cocina. Nadie la había visto hacerlo aparte de mí.

Mi madre hizo un ruidito y le cogió la mano. El ruido era un chirrido metálico, una máquina como humana que se averiaba y emitía los últimos sonidos antes de que se trabara todo el motor.

– Hemos analizado las fibras -dijo Len-. Parece ser que quienquiera que acosó a Susie lo utilizó durante el crimen.

– ¿Cómo? -preguntó mi padre, impotente. Le estaban diciendo algo que era incapaz de comprender.

– Para hacerla callar.