Desde Mi Cielo | страница 17
– ¿Qué?
– Está impregnada de saliva de Susie -aclaró el agente uniformado que hasta entonces había guardado silencio-. La amordazó con él.
Mi madre lo cogió de las manos de Len Fenerman, y los cascabeles que había cosido junto a la borla sonaron cuando cayó de rodillas y se inclinó sobre el gorro que me había hecho.
Vi cómo Lindsey se ponía rígida junto a la puerta. No reconocía a nuestros padres; no reconocía nada.
Mi padre acompañó a la puerta al bienintencionado Len Fenerman y al oficial uniformado.
– Señor Salmón -dijo Len Fenerman-, con la cantidad de sangre que hemos encontrado y la violencia que me temo que eso implica, así como otras pruebas sustanciales sobre las que ya hemos hablado, debemos partir de la hipótesis de que su hija ha sido asesinada.
Lindsey oyó sin querer lo que ya sabía, lo que había sabido desde hacía cinco días, cuando mi padre le había hablado de mi codo. Mi madre se echó a llorar.
– En adelante empezaremos a tratar este caso como una investigación de asesinato -añadió Fenerman.
– Pero no hay cadáver -probó a decir mi padre.
– Todas las pruebas apuntan a que su hija está muerta. Lo siento mucho.
El agente uniformado había fijado la mirada a la derecha de los ojos suplicantes de mi padre. Me pregunté si era algo que le habían enseñado a hacer en el colegio. Pero Len Fenerman sostuvo la mirada de mi padre.
– Pasaré más tarde a ver cómo están -dijo.
Cuando mi padre volvió a la sala de estar, estaba demasiado deshecho para tender una mano a mi madre, sentada en la alfombra, o a la forma endurecida de mi hermana, cerca de ella. No podía permitir que lo vieran en ese estado. Subió la escalera pensando en Holiday, tumbado en la alfombra del estudio. Allí estaba la última vez que lo había visto. Ocultando el rostro en la densa pelambrera del cuello del perro, mi padre se permitió llorar.
Esa tarde los tres se deslizaron por la casa en silencio, como si el ruido de pasos pudiera confirmar la noticia. Vino la madre de Nate para traer a Buckley, pero nadie fue a abrir la puerta. Ella se marchó sabiendo que había cambiado algo dentro de la casa, que era idéntica a las que tenía a cada lado. Se convirtió en cómplice del niño, y le dijo que irían a comprarse un helado y echarían a perder su apetito.
A las cuatro de la tarde mis padres se encontraron en la misma habitación del piso de abajo. Habían entrado por puertas distintas.
Mi madre miró a mi padre.
– Mamá -dijo, y él asintió, y acto seguido llamó a mi única abuela con vida, la madre de mi madre, la abuela Lynn.