Desde Mi Cielo | страница 13



En algunas partes, según se averiguó más tarde en el laboratorio, había una fuerte concentración de mi sangre mezclada con la tierra, pero en esos momentos la policía se sentía cada vez más frustrada, cavando en el suelo frío y húmedo en busca de una niña.

A lo largo del borde del campo de fútbol se habían detenido unos cuantos vecinos a una distancia respetuosa del cordón de la policía, intrigados por los hombres con pesadas parkas azules que manejaban palas y rastrillos como si se tratara de herramientas médicas.

Mis padres se habían quedado en casa. Lindsey no salió de su habitación. Buckley estaba en casa de su amigo Nate, donde pasó mucho tiempo esos días. Le habían dicho que me había quedado más días en casa de Clarissa.

Yo sabía dónde estaba mi cuerpo, pero no podía decírselo. Observé y esperé a ver qué veían. Y de pronto, a media tarde, un policía levantó un puño cubierto de tierra y gritó:

– ¡Aquí! -exclamó, y los demás agentes echaron a correr y lo rodearon.

Todos los vecinos se habían ido a casa menos la señora Stead. Después de conferenciar con los demás agentes alrededor del que había hecho el descubrimiento, el detective Fenerman deshizo el oscuro corro y se acercó a ella.

– ¿Señora Stead? -preguntó por encima del cordón que los separaba.

– Sí.

– ¿Tiene usted una hija en el colegio?

– Sí.

– ¿Sería tan amable de acompañarme?

Un joven agente condujo a la señora Stead por debajo del cordón policial y a través del campo de trigo revuelto y lleno de baches donde se hallaban los demás hombres.

– Señora Stead -dijo Len Fenerman-, ¿le resulta familiar esto? -Levantó un ejemplar en rústica de Matar a un ruiseñor-. ¿Leen esto en el colegio?

– Sí -respondió ella, palideciendo al pronunciar el monosílabo.

– ¿Le importa si le pregunto…? -empezó a decir él.

– Noveno curso -dijo ella, mirando los ojos azul pizarra de Len Fenerman-. El curso de Susie.

Era terapeuta, y confiaba en su habilidad para encajar las malas noticias y hablar con racionalidad de los detalles escabrosos de la vida de sus pacientes, pero se sorprendió a sí misma apoyándose en el joven agente que la había acompañado hasta allí. Me di cuenta de que le habría gustado haberse ido a casa con los demás vecinos y estar ahora en el salón con su marido, o fuera, en el patio trasero, con su hijo.

– ¿Quién da la clase?

– La señorita Dewitt -dijo-. A los chicos les parece un regalo después de Otelo.

– ¿Otelo?

– Sí -dijo ella; sus conocimientos sobre el colegio de pronto eran muy importantes, con todos los agentes escuchándola-. A la señorita Dewitt le gusta graduar la dificultad de las lecturas, y justo antes de Navidad hace un gran esfuerzo con Shakespeare y después reparte Harper Lee como premio. Si Susie llevaba