Anghara | страница 3
La muchacha contempló el mar. Las condiciones de navegación resultaban idílicas; una buena corriente, un viento uniforme que los empujaba en dirección sudeste hacia su destino situado ahora ya a sólo un día de viaje. Para un marinero de agua dulce la situación habría resultado inequívocamente simple, pero los marinos experimentados sabían por amarga experiencia que tales condiciones acostumbraban durar poco, y reconocían las señales que indicaban problemas a la vista. Años atrás —muy atrás en el tiempo, aunque eso era algo de lo que jamás hablaba con ningún ser viviente excepto uno— también ella habría reconocido al punto las señales, tal y como lo había hecho su compañero. Pero el tiempo había erosionado los recuerdos y las viejas enseñanzas. Habían sucedido demasiadas cosas en el intervalo, y ahora no podía hacer más que confiar en los conocimientos del scorvio.
Una sombra le nubló los ojos, pero pasó demasiado veloz para que él lo advirtiera antes de que ella contestara con una carcajada.
—Ya me has ganado demasiados karns durante este viaje, Vinar. Acepto tu palabra. —Arrugó la frente—. ¿Llegaremos a salvo al puerto?
Vinar era marino desde que había cumplido los diez años; un eterno filibustero pero no obstante nacido para el mar y perteneciente a esa raza apreciada por todos los patrones de barco, a quienes entregaba su temporal pero sincera lealtad. Había visto lo mejor y lo peor con lo que el mar ponía a prueba a sus siervos, y no tomarlo en serio era un concepto ajeno a su naturaleza.
—No lo sé —respondió—. Habrá problemas, eso es seguro. A lo mejor tendremos que hacer escala en alguna bahía pequeña, no en el puerto de Ranna como está planeado, o a lo mejor la dejaremos atrás y atracaremos sin problemas antes de que se presente lo peor. Si pasamos el cabo Amberland antes de que descargue, no habrá problema. Si no... —Se encogió de hombros—. Entonces estaremos en las manos de la Madre del Mar, y será ella quien juzgue si estamos preparados para salir con bien. Al menos en este viaje llevamos un barco lo bastante grande como para resistir casi todo
tipo de temporales.
Era cierto. El Buena Esperanza, junto con sus naves hermanas Buen Animo, Buena Voluntad y Buen Humor, era uno de los cargueros de mayor tamaño que recorría las rutas comerciales de los océanos terrestres. Su puerto de origen era Huon Parita, en las costas del continente oriental, pero no podían existir muchos puertos de aguas profundas en este mundo que no lo hubieran albergado en alguna ocasión. La nave, con su inmenso casco parecido al hocico de un toro y los cuatro altísimos mástiles que sostenían sencillas velas de color marrón, resultaba más funcional que hermosa —no se parecía en absoluto a los elegantes navíos para pasajeros de Khimiz o Davakos— y estaba sucia de proa a popa a causa de los muchos años que llevaba transportando todos los cargamentos imaginables, desde ganado hasta madera pasando por mineral de hierro. Pero, como su nombre indicaba, se trataba de una