Anghara | страница 16



antes de que las rocas rompieran su lomo.

Entonces, apenas audible en el rugir del vendaval y el tronar del mar, se dejó oír una voz.

—¡ Va a volcar!

Resonaba aún la advertencia en el aire cuando se escuchó un segundo golpe atronador, y el Buena Esperanza empezó a inclinarse. Los mástiles que aún quedaban en pie se ladearon peligrosamente en dirección a la playa como árboles derribados, y luego, con un sonoro estrépito, la nave volcó sobre uno de sus costados. Escucharon cómo el casco se hacía añicos contra los arrecifes, y chorros de espuma se elevaron hacia el cielo mientras mástiles y velas se hundían en el mar, y se alzaba una ola colosal que empujó a los aspirantes a rescatadores hacia la orilla. La tripulación no tuvo la menor oportunidad; el violento impacto lanzó a los marineros fuera del barco como desvalidos muñecos de trapo y los arrojó al embravecido mar. Palos y barriles y los restos de los botes cayeron sobre ellos, y una segunda ola gigantesca arrastró peces y cuerpos en dirección a la playa. Nada más levantarse la ola, los jóvenes atados a las cuerdas de salvamento corrieron a su encuentro, se arrojaron a la resaca y nadaron con todas sus fuerzas para llegar hasta los marineros que luchaban por mantenerse a flote. Un hombre fue lanzado directamente a la orilla y se desplomó, aparentemente sin vida, boca abajo sobre los guijarros. Unos cuantos hombres corrieron a arrastrarlo fuera del agua antes de que la siguiente ola cayera sobre él; luego volvieron a introducirse en el mar para recoger un segundo cuerpo que se acercaba en medio de una masa de espuma y pecios. De repente dio la impresión de que cada ola traía con ella nuevos náufragos; los cuatro nadadores jóvenes eran arrastrados de vuelta a la orilla cargados con cuerpos inertes y empapados para volver de inmediato al agua a medida que se divisaban más y más miembros de la tripulación del Buena Esperanza debatiéndose entre las embravecidas aguas, y aquellos que no se ocupaban de tirar de las cuerdas vadeaban entre las olas para prestar toda la ayuda posible, o, a salvo de la marea al abrigo de los acantilados, iniciaban la urgente tarea de intentar reanimar a aquellos que habían conseguido sacar del mar. Pero muchos no llegarían jamás a la playa ya que habían sido arrastrados por las corrientes y mareas cruzadas. El grupo de salvamento había visto a un perro entre aquellos infortunados; el animal estaba vivo y consciente y nadaba valientemente en un esfuerzo por llegar a la orilla, pero también él se había visto arrastrado. El mar arrojaría a la mayoría de los cadáveres a lo largo de la costa durante los próximos días, pero por el momento los hombres de la orilla no tenían tiempo para llorar a los muertos. Lo que importaba ahora era auxiliar a los vivos.