Anghara | страница 15



Los hombres de la orilla divisaron por vez primera al Buena Esperanza justo minutos antes de que se estrellara contra las rocas situadas frente al cabo Amberland. Cual un fantasma monstruoso la nave surgió de entre las rugientes tinieblas, con el palo mayor y el de mesana rotos y los jirones de las velas ondeando enloquecidos en medio del vendaval. No se veían luces a bordo, pero, bajo el resplandor de los faros que lanzaban su silenciosa advertencia desde lo alto de los acantilados que se alzaban sobre la bahía, los vigilantes distinguieron figuras humanas que se movían como hormigas frenéticas por la cubierta mientras el enorme casco se abatía sobre las aguas.

Algunos forcejeaban todavía valientemente con las drizas en un último y desesperado esfuerzo por hacer girar la nave y mantenerla alejada de la costa, pero la mayoría de sus camaradas habían abandonado toda esperanza de que el navío consiguiera salvarse y se esforzaban por bajar los botes.

La nave golpeó de costado contra el arrecife, con un estallido lento y chirriante que resultó aún más aterrador en medio del bramar de la tempestad. Los dos mástiles que aún quedaban enteros se balancearon violentamente, uno de ellos se partió por la mitad y la parte superior fue a estrellarse contra la cubierta, arrastrando velas, jarcias y crucetas en su caída. Uno de los botes recibió el impacto de los escombros y salió despedido por encima de la borda, con media docena de tripulantes; el grupo de rescate de la playa los vio luchar con las olas pero no pudo hacer nada por ayudarlos. En aquel mar ni siquiera los nadadores más resistentes y valientes se atrevían con los arrecifes; hasta que la marea arrastrara más cerca de la orilla a los hombres que intentaban mantenerse a flote, éstos tendrían que arreglárselas como pudieran.

En el poco tiempo del que habían dispuesto entre su peligroso descenso por el sendero del acantilado hasta llegar a la playa batida por la tormenta y la aparición del barco en apuros, los lugareños habían hecho todo lo posible por prepararse para el rescate. Cuatro jóvenes, despojados de botas y abrigos y atados a cuerdas de salvamento, temblaban bajo unas mantas mientras esperaban para zambullirse en el mar en cuanto vieran aproximarse el primer cuerpo. Tras ellos, cada cuerda de salvamento estaba a cargo de una docena de pares de brazos fornidos, listos para tirar de los nadadores en contra de la poderosa resaca, mientras otros luchaban por ensamblar sogas y aparejos, esperando el milagro que les permitiera aparejar una boya de salvamento hasta el zozobrante