Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 54



–Eso digo yo también ―dijo Sancho―; y pienso que en esa historia que nos contó Carrasco debe de andar mi honra por los suelos[140], aunque yo no he hablado mal de ningún encantador, ni tengo tantos bienes para ser envidiado. Pero que digan lo que quieran, porque desnudo nací y desnudo me quedo, ni pierdo ni gano; me importa un higo[141] que digan de mí en los libros.

–Piensa, Sancho ―dijo don Quijote―, que los caballeros andantes debemos preocuparnos más por la gloria de los siglos venideros que por la fama en el presente. Nuestras obras, Sancho, no han de pasar el límite que nos pone la religión cristiana. Hemos de matar la envidia con la generosidad; la ira, con la calma; el exceso en la comida y el sueño, con el poco comer y dormir; el deseo de la carne, con la fidelidad que guardamos a la señora de nuestros pensamientos; la pereza, andando por todas partes del mundo buscando ocasiones que nos puedan hacer famosos caballeros. Estos son los medios para alcanzar la buena fama.

Con estas razones pasaron la noche y el día siguiente sin sucederles cosa que contar. Al otro día, al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso. Don Quijote se alegró mucho, pero Sancho estaba nervioso porque no conocía la casa de Dulcinea, ni la había visto en su vida. Finalmente, don Quijote decidió entrar en la ciudad cuando fuera ya de noche y se quedaron entre unas encinas hasta que llegara la hora.

Era media noche cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo muy silencioso y tranquilo, porque todos sus vecinos dormían. Era una noche clara. Sancho hubiera querido que fuera una noche oscura, para que la oscuridad le disculpara de no saber dónde estaba la casa de Dulcinea. Se oían ladridos de perros, maullidos de gatos y algún rebuzno. Estos sonidos, que aumentaban con el silencio de la noche, les parecieron un mal presagio[142].

–Sancho, hijo ―dijo don Quijote―, guíame al palacio de Dulcinea; quizá la hallemos despierta.

–¿A qué palacio tengo que guiarle si lo que yo vi era una casa muy pequeña?

–Debía de estar entonces en alguna habitación de su palacio ―respondió don Quijote.

–Señor ―dijo Sancho―, ya que vuestra merced quiere que sea palacio la casa de Dulcinea, ¿es hora esta de hallar la puerta abierta o de llamar para que la abran?

–Hallemos primero el palacio ―dijo don Quijote―, que entonces yo te diré lo que haremos. Y fíjate, Sancho, que yo creo que aquel bulto grande que allí se ve es el palacio de Dulcinea.