Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 53
–Sí quiero ―dijo Sancho, con los ojos llenos de lágrimas―. Nadie dirá de mí que soy desagradecido por romper nuestra alianza, y más conociendo el deseo de vuestra merced de favorecerme; que si me he puesto a hablarle de mi salario, ha sido por dar gusto a mi mujer. Así que pongámonos en camino cuando diga vuestra merced, que yo ofrezco como el mejor escudero de todos los tiempos.
Finalmente, don Quijote y Sancho se abrazaron y quedaron como amigos. Decidieron, con la opinión favorable de Carrasco, salir de allí tres días después. Les pareció que había tiempo suficiente para preparar el viaje. Las que no estaban contentas eran la sobrina y el ama, que maldijeron al bachiller y lamentaban la partida de don Quijote como si fuera la muerte de su señor. Pero no sabían que el bachiller había actuado así aconsejado por el cura y el barbero.
Cuando todo estuvo a punto[139], se pusieron camino al anochecer, sin que nadie los viera, menos el bachiller, que quiso acompañarlos hasta salir del lugar. Don Quijote sobre Rocinante y Sancho sobre su asno tomaron el camino del Toboso.
Capítulo V
La tercera salida de don Quijote
Cuando ya habían andado un buen trecho camino del Toboso, Sansón se volvió al lugar y quedaron solos don Quijote y Sancho. De pronto, Rocinante comenzó a relinchar y el asno a rebuznar, lo cual interpretaron como una buena señal. Siguieron caminando, y dijo don Quijote:
–Sancho amigo, la noche va entrando a toda prisa y es más oscura de lo que podíamos desear para ver el Toboso, adonde debemos ir antes de emrezar otra aventura. Allí recibiré la bendición de la sin par Dulcinea, y con ella pienso acabar felizmente cualquier aventura, porque nada hace más valientes a los caballeros andantes que verse favorecidos por sus damas.
–Eso creo yo ―respondió Sancho―, pero no sé si podrá verla y recibir su bendición si no es desde las paredes del corral, por donde yo la vi la primera vez.
–¿Por el corral la viste? ―dijo don Quijote extrañado―. Sería en alguna sala de palacio. Aun así, vamos allá, que me da igual verla en un corral que en un jardín; porque cualquier rayo del sol de su belleza que llegue a mis ojos alumbrará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón.
–Pues cuando yo la vi ―dijo Sancho―, ese sol de la señora Dulcinea no echaba rayos; debió de ser que, como estaba limpiando el trigo, salía una nube de polvo que le oscurecía el rostro.
–¿Todavía insistes, Sancho ―dijo don Quijote―, en pensar y creer que mi señora limpiaba trigo, cuando ese no es un trabajo de personas principales, destinadas a realizar tareas más importantes? La envidia de algún encantador probablemente transformó las cosas. ¡Oh, envidia, raíz de infinitos males! Todos los vicios, Sancho, traen un cierto placer consigo, pero el de la envidia sólo trae disgustos, rencores y rabia.