Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 49
–Pues claro, Sancho ―respondió Carrasco― que sois vos la segunda persona de la historia; y hay quien prefiere oíros hablar a vos más que a otros. Aunque algunos opinan que habéis sido ingenuo al creer que ibais a gobernar una ínsula.
–Aún hay tiempo ―dijo don Quijote―, y cuanto más vaya Sancho creciendo en edad, con la experiencia que dan los años, más hábil será para gobernar.
–Por Dios, señor ―dijo Sancho―, si con los años que tengo no puedo gobernar una ínsula, no la gobernaré con los años de Matusalén.
–Pídeselo a Dios, Sancho ―dijo don Quijote―, que todo saldrá mejor de lo que vos pensáis.
–Así es ―dijo Sansón―, que si Dios quiere, no le faltarán a Sancho mil islas que gobernar.
–Yo he visto gobernadores por ahí que no me llegan a la suela del zapato[133] y, sin embargo, los llaman señoría. Pero en fin, señor Sansón ―dijo Sancho―, no quiero discutir más, que me desmayo de hambre y me voy a casa a remediarlo. Cuando acabe de comer, volveré para hablar de lo que deseen.
Volvió Sancho a casa de don Quijote. En esto llegaron a sus oídos los relinchos de Rocinante, y don Quijote los interpretó como una buena señal y decidió salir de nuevo en tres o cuatro días. Sansón Carrasco le dijo que fuera a la ciudad de Zaragoza, en el reino de Aragón, a participar en un torneo que se iba a celebrar por las fiestas de San Jorge. Allí podía ganar fama luchando contra todos los caballeros aragoneses. Le aconsejó que tuviera más cuidado al hacer frente a los peligros, porque su vida pertenecía a todos aquellos que le necesitaban.
–Tiene razón ―dijo Sancho―, porque digo yo que entre los extremos de cobarde y de atrevido está el medio de la valentía; y ni quiero que mi señor huya sin motivo, ni que ataque cuando la ocasión pida otra cosa. Y, sobre todo, aviso a mi señor que si me lleva consigo, ha de ser con la condición de que él tiene que pelear solo, y que yo solamente he de cuidar de su persona en lo referente a su limpieza y alimento. Porque pedirme luchar con la espada es pedir un imposible. Yo no quiero ganar fama de valiente, sino del mejor y más leal escudero que jamás sirvió a caballero andante. Sancho nací y Sancho pienso morir; pero si por las buenas[134], y sin mucho riesgo, me diera el cielo alguna ínsula, no soy tan tonto para rechazarla.
–Habéis hablado con sabiduría ―dijo Carrasco―, pero confiad en Dios y en el señor don Quijote, que os ha de dar un reino, no una ínsula.