Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 43
El ventero ensilló a Rocinante y preparó el asno de Sancho, que montó en él, llevando a Rocinante de las riendas[122]. Antes de echar a andar el carro, salieron la ventera, su hija y Maritornes a despedirse de don Quijote, fingiendo que lloraban de dolor por su desgracia. Don Quijote les dijo:
–No lloréis, mis buenas señoras, que todas estas desgracias son propias de mi profesión; si esto no me sucediera, no me tendría por famoso caballero. A los caballeros de poco nombre y fama nunca les suceden semejantes casos, y nadie se acuerda de ellos. Perdonadme, hermosas damas, si os he ofendido en algo y rogad a Dios que me saque de estas prisiones, donde algún encantador me ha puesto.
Se puso en marcha el carro y todos lo siguieron, tal como el cura había ordenado. Caminaron en silencio más de dos leguas, hasta llegar a un valle donde el carretero paró a descansar y dar de comer a los bueyes. Una vez terminado el descanso, continuaron el camino que el cura indicaba.
Al cabo de seis días, llegaron a la aldea de don Quijote y atravesaron la plaza, que estaba llena de gente. Acudieron a ver lo que venía en el carro y, cuando conocieron a su vecino, quedaron maravillados. Un muchacho fue corriendo a avisar al ama y a la sobrina de don Quijote, para decirles que venía su tío y señor, flaco y amarillo, en un carro de bueyes. Las dos mujeres empezaron a llorar de tal forma, que daba pena oírlas. Volvieron a maldecir los libros de caballerías, sobre todo cuando entró don Quijote en su casa.
También la mujer de Sancho Panza acudió a ver a su marido. Juana Panza, que así se llamaba la mujer, preguntó a Sancho si venía bueno el asno.
–Mejor que yo ―dijo Sancho.
El cura encargó a la sobrina que tratara bien a su tío y lo vigilara para que no se volviera a escapar.
Y así fue; como todos imaginaban, don Quijote quiso hacer una tercera salida. Pero esas aventuras las contará el autor de esta historia en una segunda parte.
SEGUNDA PARTE
Prólogo
Seguro, querido lector, que estás esperando este prólogo creyendo encontrar en él algún tipo de venganza contra el autor del segundo Don Quijote[123]. Pero no te daré yo esa alegría, pues si las ofensas suelen enfadar a los hombres más humildes, yo me considero la excepción a esta regla. Quizás esperas que lo maltrate, pero no lo voy a hacer; con su pan se lo coma[124]. Lo que realmente me ha molestado es que me llame viejo y manco, como si yo pudiese detener el tiempo, o como si el hecho de quedar manco se hubiera producido en alguna taberna, y no en la más alta ocasión