Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 42



–Ya lo decía yo ―dijo Sancho―; mi amo ha enterrado al gigante.

Nadie podía contener la risa oyendo los disparates del amo y del escudero. Todos reían menos el ventero y su mujer.

–En mala hora ha llegado a mi casa este caballero andante ―decía la ventera a voz en grito―. Pero no piensen que se irán sin pagar mis cueros y mi vino, que no saldrán de aquí como la otra vez.

El cura la tranquilizó diciéndole que pagarían todo, tanto los cueros como el vino.

Dorotea consoló a Sancho y le prometió darle el mejor condado cuando estuviese en su reino.

Llevaban ya dos días en la venta y al cura y al barbero les pareció que ya era hora de irse e intentar curar a don Quijote de su locura en su tierra. Acordaron con un carretero[119] de bueyes que pasó por allí que lo llevara. Hicieron una jaula de palos y todos los que estaban en la venta se disfrazaron, de modo que don Quijote no los reconociera. Entraron donde estaba durmiendo, lo ataron de pies y manos y lo metieron en la jaula. Cuando don Quijote se despertó, al ver que no podía moverse, creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo. Todo sucedió como el cura había imaginado. Lo cogieron en hombros, y al salir de la habitación se oyó una voz temerosa que decía:

–¡Oh, Caballero de la Triste Figura! No sufras por la prisión en que vas, porque así conviene para acabar antes la aventura en que tu esfuerzo te puso. La aventura acabará cuando el terrible león manchego[120] se una con la blanca paloma del Toboso en un santo matrimonio. Y tú, noble y valiente escudero, no te asuste ver así delante de tus ojos a la flor de la caballería andante, que pronto te verás tan alto que no te conocerás y verás cumplidas las promesas de tu señor.

Don Quijote se consoló al escuchar la profecía[121], porque entendió que se vería unido en santo matrimonio con su querida Dulcinea.

–¡Oh, tú, quienquiera que seas, que tanto bien me has anunciado! Te ruego que pidas al sabio encantador que no me deje morir en esta prisión hasta ver cumplidas tan alegres promesas.

Luego tomaron la jaula en hombros y la colocaron en el carro de los bueyes.

Cuando don Quijote se vio enjaulado y encima del carro, dijo:

–Muchas historias he leído yo de caballeros andantes; pero jamás he leído, ni visto, ni oído que a los caballeros encantados los lleven de esta manera, y tan despacio como andan estos perezosos animales. Porque los suelen llevar por los aires, encerrados en alguna nube, o en algún carro de fuego. Quizá los encantamientos de nuestros tiempos son de otra forma.