Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 41
Todos los de la venta estaban admirados de la hermosura de Dorotea y del buen parecer de Cardenio, y sobre ellos trató la conversación durante la comida que preparó el ventero. Mientras tanto, don Quijote dormía; no lo despertaron porque pensaban que le haría más provecho dormir que comer. Maritornes contó lo que le había sucedido con el arriero y don Quijote, así como la broma de la manta con Sancho. El cura decía que los libros de caballerías que había leído don Quijote le habían trastornado el juicio.
En esto, salió Sancho diciendo a voces:
–Acudid, señores, y socorred a mi señor, que está metido en la más terrible batalla que he visto. ¡Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona!
Entonces oyeron un gran ruido y a don Quijote que decía:
–¡Alto, ladrón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu espada!
–Entren ―dijo Sancho― a ayudar a mi amo, que el gigante debe de estar muerto, porque he visto correr la sangre por el suelo.
–Que me maten ―dijo el ventero― si don Quijote no ha dado una cuchillada a uno de los cueros de vino tinto que hay ahí dentro.
Entraron en la habitación y encontraron a don Quijote en camisa, con un gorro colorado, con la espada en la mano dando cuchilladas a todas partes. Lo curioso es que tenía los ojos cerrados, y es que estaba soñando que se enfrentaba al gigante en el reino Micomicón. Había dado tantas cuchilladas a los cueros que toda la habitación estaba llena de vino.
El ventero se enojó tanto, que se echó encima de don Quijote y no paró de darle puñetazos hasta que el cura se lo quitó de las manos. Mientras tanto, Sancho buscaba la cabeza del gigante y decía en voz alta:
–Ya sé yo que en esta casa está todo encantado: la otra vez no supe quién me dio los porrazos[118] que recibí, y ahora no veo la cabeza que yo vi cortar ni la sangre que corría del cuerpo del gigante como de una fuente.
–¿Qué sangre ni qué fuente dices? ―dijo el ventero―. ¿No ves, ladrón, que esta sangre es el vino tinto de esos cueros?
–No sé nada ―dijo Sancho―; sólo sé que soy tan desgraciado que, por no hallar la cabeza, perderé mi condado.
El cura tenía cogidas las manos de don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se puso de rodillas, diciendo:
–Bien puede vuestra grandeza vivir segura, que ya no le podrá hacer mal este gigante; y yo también, porque he cumplido la palabra que os di.