Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 39
Al oír esto, dijo don Quijote a su escudero:
–Ven aquí, Sancho, ayúdame a desnudarme, que quiero ver si soy el caballero que aquel sabio rey indicó.
–Pues ¿para qué quiere vuestra merced desnudarse? ―preguntó Dorotea.
–Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo ―respondió don Quijote.
–No hay para qué desnudarse ―dijo Sancho―, que yo sé que tiene vuestra merced un lunar de esas características en la mitad de la espalda, que es señal de ser hombre fuerte.
–Eso basta ―dijo Dorotea―; porque con los amigos no importa que el lunar esté en el hombro o en la espalda, que todo es el mismo cuerpo.
Después de caminar un buen rato en silencio, dijo don Quijote a Sancho:
–Desde que llegaste no he tenido tiempo de preguntarte acerca de la carta que llevaste y de la respuesta que has traído.
–Pregunte vuestra merced lo que quiera ―dijo Sancho―, que a todo daré respuesta.
–Dime entonces, Panza amigo, ¿dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió? ¿Qué cara puso cuando leyó mi carta? ¿Quién te la escribió en papel?
–Señor ―respondió Sancho―, si he de decir la verdad, la carta no me la escribió nadie, porque no llevé ninguna carta. Pero la tenía en la memoria de cuando vuestra merced me la leyó.
–¿Y la tienes todavía en la memoria, Sancho? ―preguntó don Quijote.
–No, señor ―respondió Sancho―, como ya se la recité a un sacristán, que la trasladó al papel… Aunque recuerdo aquello de «soberana señora», y lo último: «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura». Y en medio de estas dos cosas le puse más de trescientas almas y vidas y ojos míos, y cosas parecidas.
–Todo eso no me descontenta ―dijo don Quijote―. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? Seguro que la hallaste bordando con hilos de oro para su andante caballero.
–La hallé ―respondió Sancho― echando dos sacos de trigo en el corral de su casa.
–Seguro que los granos de aquel trigo eran de perlas ―dijo don Quijote―. Pero sigue adelante. Cuando le diste mi carta, ¿la besó? ¿Se la puso en la cabeza? ¿Qué hizo?
–Cuando le iba a dar la carta ―respondió Sancho―, ella estaba removiendo el trigo que tenía en la criba[114], y me dijo: «Poned, amigo, esa carta sobre aquel saco de trigo, que no la puedo leer hasta que acabe lo que estoy haciendo».
–¡Discreta señora! ―dijo don Quijote―. Eso debió de ser por leerla despacio luego. ¿Qué te preguntó de mí? Cuéntamelo todo.