Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 33
–Dice vuestra merced, Caballero de la Triste Figura, algunas cosas ―dijo Sancho― que me hacen pensar que eso de alcanzar reinos e ínsulas son sólo mentiras. Porque quien os escuche decir que una bacía de barbero es el yeímo de Mambrino pensará que tiene vacío el juicio.
–Mira, Sancho ―dijo don Quijote―, tienes el entendimiento más corto de todos los escuderos del mundo. Andan por ahí encantadores que cambian todas las cosas, y lo que a ti te parece bacía, a mí me parece yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa.
Mientras iban conversando, llegaron al pie de una alta montaña. Corría por ella un pequeño arroyo y oyó y había muchos árboles que hacían el lugar agradable y tranquilo. Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia, y así, como si estuviera loco, dijo:
–Este es el lugar, ¡oh, cielos!, que escojo para llorar mi desventura y manifestar la pena que mi corazón padece. ¡Oh, vosotros, dioses que habitáis en este lugar, oíd las quejas de este desdichado amante! ¡Oh, Dulcinea del Toboso, día de mi noche, consuelo de mi pena, norte de mis caminos, que el cielo te dé la ventura que mereces y tú me correspondas por la fidelidad que te tengo!
Dicho esto, se apeó de Rocinante y lo dejó en libertad. Sancho, que vio que su amo quitaba la silla al caballo, le dijo:
–Señor Caballero de la Triste Figura, si mi partida[103] y su locura son verdad, será mejor volver a ensillar a Rocinante para hacer yo con él el camino y ahorrar tiempo a mi viaje.
–Tienes razón, Sancho ―dijo don Quijote―; dentro de tres días te irás, porque quiero que veas lo que voy a hacer por mi señora Dulcinea y se lo digas.
–Pero ¿qué más tengo que ver? ―preguntó Sancho.
–Ahora ―respondió don Quijote― me falta romper mis vestidos, quitarme las armas y darme cabezazos[104] en estas piedras.
–Por amor de Dios ―dijo Sancho―, ¿no sería mejor darse los golpes en el agua o en algo blando, como algodón?
–Eso sería ―dijo don Quijote― desobedecer las órdenes de caballería, que nos mandan no mentir.
–Pues yo doy por vistas todas sus locuras ―dijo Sancho―. Escriba vuestra merced la carta, que tengo ganas de sacarle de este purgatorio[105].
–¿Purgatorio lo llamas, Sancho? ―replicó don Quijote―. Mejor sería llamarlo infierno, o algo peor.
–Quien va al infierno ―dijo Sancho― nunca sale de él, según he oído decir, y a vuestra merced le sucederá al revés, porque diré tales cosas a mi señora Dulcinea que su respuesta lo sacará de este purgatorio.