Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 27



–Me parece, Sancho, que se va a cumplir aquel refrán que dice: «Donde una puerta se cierra, otra se abre». Digo esto porque, si no me engaño, viene hacia nosotros uno que trae en su cabeza el yelmo de Mambrino.

–Mire vuestra merced bien lo que dice y lo que hace ―dijo Sancho―, no se vaya a engañar.

–¿Cómo me puedo engañar? ―dijo don Quijote―. ¿No ves tú a aquel caballero sobre un caballo negro que trae en la cabeza un yelmo de oro?

–Lo que yo veo ―respondió Sancho― es un hombre sobre un asno que trae en la cabeza algo que brilla.

–Pues ese es el yelmo de Mambrino ―dijo don Quijote―. Apártate y déjame solo, y verás qué pronto termino esta aventura y hago mío el yelmo que tanto deseo.

Lo que veía don Quijote era en realidad un barbero sobre un asno, y, como estaba lloviendo, el barbero se había puesto en la cabeza la bacía de afeitar[82]; pero él vio un caballero a caballo con yelmo de oro.

Cuando don Quijote vio que el caballero estaba cerca, se dirigió a él a galope con la intención de atravesarlo con la lanza.

–Defiéndete ―decía― o entrégame voluntariamente lo que me pertenece.

El barbero que vio venir a aquel fantasma con la lanza se bajó del asno, comenzó a correr más ligero que un gamo y abandonó la bacía, lo cual contentó mucho a don Quijote.

Mandó a Sancho que recogiera el yelmo y al tenerlo en sus manos este dijo:

–Ciertamente… la bacía es buena.

Se la dio a su amo, que se la puso en la cabeza, y como no le encajaba bien dijo:

–No hay duda de que el primero en hacerse a medida este famoso yelmo debía de tener una grandísima cabeza, y lo peor de ello es que le falta la mitad.

Cuando Sancho oyó llamar yelmo a la bacía, no pudo contener la risa, pero disimuló para no enfadar a don Quijote.

–¿De qué te ríes, Sancho? ―preguntó don Quijote.

–Me río ―dijo― de pensar en la cabeza tan grande que debía de tener el dueño de esta mitad de yelmo, que se parece mucho a una bacía de barbero.

–¿Sabes qué imagino, Sancho? Que este famoso yelmo encantado debió de llegar a manos de alguien que no supo estimar su valor. Y, viendo que era de oro, debió de vender una parte del yelmo y la otra mitad es esta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Ahora buscaremos un herrero para que me la ajuste en la cabeza, y pueda librar de alguna pedrada[83].

–Eso será ―dijo Sancho― si no tiran con honda, como ocurrió en la pelea de los dos ejércitos cuando le quitaron a vuestra merced las muelas. Hablando de otra cosa ―continuó Sancho―, ¿qué hacemos con este caballo, que parece asno, que dejó aquí aquel Martino