Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha | страница 26
–Me parece, Sancho, que tienes mucho miedo.
–Sí tengo ―respondió Sancho―. Pero ¿en qué lo ha notado vuestra merced?
–En que ahora hueles, y no a perfume precisamente ―dijo don Quijote.
–Bien podría ser ―dijo Sancho―; pero yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a oscuras por estos sitios desconocidos.
–Aléjate un poco, amigo ―dijo don Quijote―, y de ahora en adelante ten más cuidado con tu persona y más respeto hacia mí.
Con estas y otras cosas pasaron la noche. Al amanecer, cruzaron un bosquecillo de castaños y se encontraron una gran cascada de agua y, al lado de unas rocas, unas casas de donde salían los golpes que tanto los habían asustado.
Don Quijote se fue acercando y pensó con todo su corazón en su señora Dulcinea, suplicándole que le ayudara en la aventura que se acercaba. Se aproximó un poco más y descubrió la causa los ruidos: eran seis mazos de batán que con sus golpes alternativos producían aquel estruendo.
Cuando don Quijote vio lo que era, se quedó mudo y pasmado[78]. Sancho empezó a reír con tantas ganas que contagió a don Quijote.
Esto animó a Sancho a seguir riendo, pero entonces don Quijote se enfadó y le dio unos buenos golpes en la espalda al escudero.
–Tranquilícese vuestra merced ―suplicó Sancho―, que no me estoy burlando.
–Ven aquí, señor alegre ―dijo don Quijote―, ¿crees que si en lugar de ser mazos de batán hubiera sido otra peligrosa aventura, yo no habría mostrado valor para llevarla a cabo? ¿Estoy yo obligado, siendo como soy caballero, a conocer y distinguir los ruidos y saber cuáles son de batán, o no? Y además, yo no los he visto en mi vida, y vos sí, como villano[79] que sois, criado y nacido entre ellos. Si no, haced que estos seis mazos se convirtieran en seis gigantes y veréis cómo quedan cuando yo acabe con ellos.
–No hablemos más ―dijo Sancho―, que yo confieso que me he reído demasiado. Pero ¿verdad que ha sido cosa de risa, y de contar, el miedo que hemos pasado?
–No niego que no sea cosa de risa ―replicó don Quijote―, pero no de contarse, que muchas personas no saben ser discretas.
–En adelante ―dijo Sancho―, solo hablaré para manifestarle mi respeto como a mi amo y señor.
Capítulo XVII
La aventura del yelmo de Mambrino
Comenzó a llover un poco y Sancho intentó resguardarse en el batán, pero don Quijote no quiso entrar para olvidar la pesada burla. Cogieron el camino que habían traído el día anterior y, al poco rato, descubrió don Quijote un hombre a caballo que traía en la cabeza una cosa que brillaba como si fuera de oro. Se volvió a Sancho y le dijo: