Desde Mi Cielo | страница 75
Samuel era uno de ellos. Sus héroes eran Richard Feynman y su hermano Hal. Éste había abandonado los estudios y ahora llevaba el taller de reparación de motos que había cerca de la sima, donde tenía como clientela a toda clase de gente, desde los Ángeles del Infierno hasta la anciana que se paseaba en motocicleta por los aparcamientos de su residencia para ancianos. Hal fumaba, vivía encima del garaje de los Heckler y se llevaba a sus ligues a la trastienda.
Cuando la gente le preguntaba cuándo iba a madurar, él respondía: «Nunca». Inspirado por él, cuando los profesores le preguntaban a Samuel qué quería ser de mayor, respondía: «No lo sé. Acabo de cumplir catorce».
Casi con quince años, Ruth Connors ya lo sabía. En el cobertizo que había detrás de su casa, rodeada de los pomos de puertas y la quincalla que su padre había rescatado de las viejas casas destinadas a ser demolidas, Ruth se sentaba en la oscuridad y se concentraba hasta que le dolía la cabeza. Luego entraba corriendo en casa, cruzaba el cuarto de estar, donde su padre leía, y subía a su habitación, donde escribía a trompicones sus poemas. «Ser Susie», «Después de la muerte», «En pedazos», «A su lado ahora», y su favorito, el poema del que más orgullosa se sentía y que había llevado al simposio, doblado y desdoblado tantas veces que los pliegues estaban a punto de romperse: «El borde de la tumba».
Su padre tuvo que llevarla en coche al simposio porque esa mañana, cuando salía el autocar, ella todavía estaba en casa con un agudo ataque de gastritis. Estaba probando extraños regímenes vegetarianos y la noche anterior se había comido una col entera para cenar. Su madre se negaba a rendirse ante el vegetarianismo que Ruth había adoptado desde mi muerte.
– ¡No es Susie, por el amor de Dios! -exclamaba, dejando caer delante de su hija un solomillo de dos dedos de grosor.
A las tres de la tarde, su padre la llevó en coche primero al hospital y luego al simposio, pasando antes por casa para recoger la bolsa de viaje que su madre había preparado y dejado al final del camino de entrada.
Mientras el coche entraba en el campamento, Ruth recorrió con la mirada la multitud de chicos que hacían cola para recibir una chapa con su nombre. Vio a mi hermana en medio de un grupo de Maestros. Lindsey había evitado poner su apellido en su chapa y había optado por dibujar en su lugar un pez. De ese modo no mentía exactamente, pero esperaba conocer a algún chico de los colegios de los alrededores que no estuviera enterado de mi muerte o que, al menos, no la relacionara con ella.