Desde Mi Cielo | страница 73
Clarissa estaba allí con un Brian Nelson de aire cohibido que llevaba un traje de su padre. Se abrió paso hacia mi familia, y en cuanto el director Caden y el señor Botte la vieron, se retiraron para dejar que se acercara.
Ella estrechó primero la mano de mi padre.
– Hola, Clarissa -dijo él-. ¿Cómo estás?
– Bien. ¿Cómo están usted y la señora Salmón?
– Estamos bien, Clarissa -respondió él. «Qué mentira más extraña», pensé yo-. ¿Quieres sentarte con nosotros en el banco reservado para la familia?
– Mmm… -Ella bajó la vista hacia sus manos-. Estoy con mi novio.
Mi madre entró como en trance y se quedó mirando fijamente a Clarissa a la cara. Clarissa estaba viva y yo muerta. Clarissa empezó a notar los ojos que la taladraban y quiso huir. Luego vio el vestido.
– Eh -dijo, cogiendo del brazo a mi hermana.
– ¿Qué pasa, Clarissa? -replicó mi madre.
– Esto… nada -respondió ella.
Volvió a mirar el traje y comprendió que no podía pedir que se lo devolvieran.
– ¿Abigail? -llamó mi padre con una voz que estaba en sintonía con la de ella, con su cólera.
Algo iba mal.
La abuela Lynn, que estaba un poco más atrás, le guiñó un ojo a Clarissa.
– Acabo de fijarme en lo guapa que está Lindsey -dijo Clarissa.
Mi hermana se sonrojó.
La gente del vestíbulo empezó a moverse y a hacerse a un lado. Era el reverendo Strick, que caminaba con sus vestiduras hacia mis padres.
Clarissa retrocedió para buscar a Brian Nelson. Cuando lo encontró, se reunió con él entre las tumbas.
Ray Singh no asistió. Me dijo adiós a su manera: mirando mi foto -el retrato de estudio- que yo le había dado ese otoño.
Escudriñó los ojos de esa foto y vio a través de ellos el fondo de ante veteado delante del cual había tenido que sentarse cada niño bajo un brillante foco. ¿Qué significaba estar muerto?, se preguntaba. Significaba extraviado, significaba paralizado, significaba desaparecido. Sabía que nadie era realmente como salía en las fotos. Sabía que a él no se le veía tan furioso ni tan asustado como cuando estaba solo. Mientras miraba fijamente mi foto llegó a darse cuenta de algo: que no era yo. Yo estaba en el aire que flotaba a su alrededor, estaba en las frías mañanas que pasaba ahora con Ruth, estaba en el silencioso tiempo que pasaba solo estudiando. Yo era la niña que él había elegido besar. Quería ponerme en libertad de alguna manera. No quería ni quemar mi foto ni tirarla, pero tampoco quería mirarme más. Lo vi guardar la fotografía en uno de los enormes volúmenes de poesía india en los que él y su madre prensaban flores frágiles que poco a poco quedaban reducidas a polvo.