Desde Mi Cielo | страница 63



«Si ella no hubiera estado allí, habría perdido a su hijo pequeño», había dicho más tarde el médico a mi madre.

La abuela Lynn predijo que yo iba a tener una vida larga porque había salvado la de mi hermano. Como de costumbre, la abuela se equivocó.


– ¡Guau! -dijo Nate con la ramita en la mano, asombrado de cómo se había ennegrecido la sangre roja.

– Sí -dijo Buckley.

Se le revolvió el estómago al recordarlo. Qué doloroso había sido, y cómo habían cambiado las caras de los adultos alrededor de su enorme cama de hospital. Sólo las había visto tan serias en otra ocasión. Pero mientras estuvo en el hospital, los ojos de todos habían mostrado preocupación, y luego habían dejado de hacerlo, inundados de tanta luz y alivio que se había sentido arropado, mientras que ahora los ojos de nuestros padres se habían vuelto mates y no reflejaban nada.


Ese día en el cielo me mareé. Volví dando tumbos al cenador y abrí los ojos de golpe. Estaba oscuro, y al otro lado había un edificio grande en el que nunca había estado.

De pequeña había leído James y el melocotón gigante, y el edificio era como la casa de sus tíos. Enorme, oscuro y victoriano. En el tejado había una especie de plataforma con balaustrada. Por un momento, mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, me pareció ver una larga hilera de mujeres de pie en la plataforma, señalándome. Pero enseguida vi algo más. Unos cuervos se habían posado en hilera con ramitas retorcidas en los picos. Cuando me levanté para ir a mi dúplex, emprendieron el vuelo y me siguieron. ¿Me había visto realmente mi hermano o no era más que un niño pequeño diciendo bonitas mentiras?

8

Durante tres meses, el señor Harvey soñó con edificios. Vio una parte de Yugoslavia donde las viviendas con techo de paja construidas sobre pilotes dejaban pasar torrentes de agua que corrían por debajo. Encima de él había un cielo azul. A lo largo de los fiordos y en el oculto valle de Noruega vio iglesias de madera cuyas vigas habían sido talladas por constructores de barcos vikingos: dragones y héroes locales hechos de madera. Pero el que más a menudo aparecía en sus sueños era una catedral de Vologda: la iglesia de la Transfiguración. Y fue ese sueño, su favorito, el que tuvo la noche de mi asesinato y las noches que siguieron hasta que regresaron los demás. Los sueños «en movimiento», los de las mujeres y las niñas.


Yo podía retroceder en el tiempo hasta ver al señor Harvey en los brazos de su madre, mirando por encima de una mesa cubierta de cristales de colores. Su padre los clasificaba en montones por forma y tamaño, anchura y peso. Con sus ojos de joyero examinaba con detenimiento cada muestra en busca de grietas y desperfectos. Y George Harvey volvía su atención a la única joya que colgaba del cuello de su madre, una gran pieza ovalada de ámbar engastada en plata dentro de la cual había una mosca entera en perfecto estado.