Desde Mi Cielo | страница 19
Ella lo miró a la cara. No era tanto una mirada como un láser.
– ¿Qué he perdido exactamente?
El señor Caden, que creía necesario tratar de forma directa los temas de las crisis de los niños, rodeó su escritorio y condujo a Lindsey a lo que los alumnos solían llamar el Sofá. Al final cambiaría el Sofá por dos sillas, cuando se impuso la política en el distrito del colegio y le dijeron: «No es apropiado tener aquí un sofá; mejor sillas. Los sofás dan un mensaje que se presta a equívocos».
El señor Caden se sentó en el Sofá y mi hermana lo imitó. Quiero creer que, por compungida que estuviera, en ese momento le emocionó un poco sentarse en el mismísimo Sofá. Quiero creer que yo no se lo había arrebatado todo.
– Estamos aquí para ayudarte en todo lo qué esté en nuestra mano -continuó el señor Caden. Hacía lo que podía.
– Estoy bien -respondió ella.
– ¿Te gustaría hablar de ello?
– ¿De qué? -preguntó Lindsey.
Se estaba mostrando lo que mi padre llamaba «enfurruñada», como cuando decía: «Susie, no me hables con este tono enfurruñado».
– De la pérdida que has sufrido -dijo él.
Alargó una mano hacia la rodilla de mi hermana. Su mano fue como un hierro de marcar al rojo vivo.
– No me había dado cuenta de que había perdido algo -dijo, y, con un esfuerzo hercúleo, hizo ver que se palmeaba la camisa y comprobaba los bolsillos.
El señor Caden no supo qué decir. El año anterior, Vicki Kurtz se había desmoronado en sus brazos. Había sido difícil, sí, pero, viéndolo en retrospectiva, Vicki Kurtz y su difunta madre le parecían una crisis manejada hábilmente. Había llevado a Vicki Kurtz al sofá… no, no, Vicki había ido derecha a él y se había sentado, y él había dicho «Lo siento muchísimo», y Vicki había reventado como un globo demasiado hinchado, y esa misma tarde él había llevado el traje a la tintorería.
En cambio, Lindsey Salmón era un caso totalmente distinto. Era una chica con talento, una de los veinte alumnos del colegio seleccionados para el Simposio de Talentos de todo el estado. El único problema en su expediente académico era un pequeño altercado al comienzo del curso con un profesor que la había reprendido por haber llevado a clase literatura obscena: Miedo a volar.
«Hágala reír -tenía ganas de decirle-. Llévela a ver una película de los hermanos Marx, siéntela en uno de esos almohadones que pedorrean, ¡enséñele los calzoncillos que lleva puestos, con los pequeños diablos comiendo perritos calientes!» Lo único que podía hacer yo era hablar, pero nadie en la Tierra podía oírme.