Desde Mi Cielo | страница 50
– Eso no eran los deberes -dijo el señor Peterford.
Ray me cogió la mano y me la apretó. Sabíamos de qué hablaban. Una fotocopia de uno de los dibujos de Ruth había pasado de mano en mano en la biblioteca hasta acabar en las de un chico sentado junto al fichero, a quien se le había adelantado el bibliotecario.
– Si no me equivoco -dijo la señorita Ryan-, en nuestro modelo de anatomía no hay pechos.
Se trataba del dibujo de una mujer recostada con las piernas cruzadas. Y no era una figura de madera con ganchos que le sujetaban los miembros. Era una mujer de verdad, y las manchas de carbón de sus ojos -ya fuera por casualidad o intencionadamente- le proporcionaban una mirada lasciva que había incomodado o dejado bastante contentos a todos los alumnos que la habían visto.
– Tampoco tiene nariz o boca el modelo de madera -dijo Ruth-, pero usted nos ha animado a dibujarle una cara.
Ray volvió a apretarme la mano.
– Ya basta, jovencita -dijo el señor Peterford-. Es evidente que es la postura de reposo de ese dibujo en concreto lo que llevó al alumno Nelson a fotocopiarla.
– ¿Tengo yo la culpa?
– Sin el dibujo no tendríamos ningún problema.
– Entonces yo tengo la culpa.
– Te invito a que reflexiones sobre la situación en que pones al colegio, y a que nos ayudes dibujando lo que la señorita Ryan te enseña a dibujar en su clase, sin hacer añadidos innecesarios.
– Leonardo da Vinci dibujaba cadáveres -dijo Ruth en voz baja.
– ¿Entendido?
– Sí -respondió Ruth.
La puerta del escenario se abrió y se cerró, y un momento después Ray y yo oímos a Ruth Connors llorar. Ray articuló con la boca la palabra «Ve», y yo me acerqué al borde del andamio y dejé que los pies me colgaran hasta encontrar un punto de apoyo.
Esa semana Ray me besaría junto a mi taquilla. No ocurrió en el andamio, cuando él había querido. Nuestro único beso fue algo así como fortuito: un bonito arco iris de gasolina.
Bajé del andamio de espaldas a Ruth. Ella no se movió ni se escondió, se limitó a mirarme cuando me volví. Estaba sentada en una caja de madera cerca del fondo del escenario. A su izquierda colgaban un par de viejos telones. Me vio acercarme a ella, pero no se secó los ojos.
– Susie Salmón -dijo sólo para confirmarlo.
La posibilidad de que yo me saltara la primera clase y me escondiera detrás del escenario del auditorio había sido hasta ese día tan remota como que la chica más lista de nuestra clase recibiera una reprimenda del encargado de la disciplina.