Anghara | страница 13



La noche era ya bastante cerrada, con jirones de nubes recorriendo veloces el cielo y oscureciendo la luna, y en las achaparradas torres de piedra que servían de faro el viento aullaba como un alma en pena por entre grietas y aberturas, haciendo repiquetear los prismas de cristal que protegían las hogueras y aumentaban su luz. Cuando la noche cayó por completo, los tres faros, situados a kilómetro y medio de distancia entre sí, ardían con fuerza, atendidos por dos hombres cada uno, mientras en las torres de vigía que se alzaban entre los faros, otros mantenían una helada vigilia con catalejos y sirenas. Abiertas las rutas marítimas apenas hacía un mes, tras un invierno particularmente crudo, gran número de buques se dirigían a Ranna y a los otros puertos de menor importancia de aquellas costas; se esperaba en cualquier momento la llegada de cargueros procedentes de Scorva, del País de los Caballeros y del golfo de Aghantine, y era probable que cualquier nave atrapada entre las islas exteriores cuando estallara la tormenta intentara llegar hasta un puerto del territorio continental por delante de la tempestad. En tales circunstancias, todo lo que los isleños podían hacer era rezar para que no sucediera lo peor al tiempo que se aseguraban de que, si sus plegarias no obtenían respuesta, ellos estarían preparados.

La noche se cerró aún más y la tempestad creció en virulencia. Tremendas ráfagas de lluvia se precipitaban contra la costa procedentes del mar, y la creciente marea tronaba ensordecedora al estrellarse las enormes olas contra la orilla. Las gentes de los pueblos y poblaciones pesqueras aseguraban las casas para protegerlas de la tormenta y rezaban fervientemente para que la mano protectora de la Madre del Mar condujera a todos los navegantes sanos y salvos hasta la orilla, mientras, al otro lado de las atrancadas ventanas, el viento aullaba y gemía y hacía que las casas se tambalearan en sus cimientos, y lluvia y mar al unísono barrían los muelles en un ataque demoledor.

Nadie supo qué hora era cuando se avistó la primera bengala frente a los acantilados de Amberland. Un diminuto y débil punto luminoso en la oscuridad se elevó hacia el cielo y, tras sólo un segundo o dos, se extinguió por la tormenta. En la torre de vigía más grande, el centinela se puso en pie de un salto y alertó a sus dos compañeros. Tras abrocharse bien los abrigos de cuero, los tres unieron sus fuerzas para empujar la puerta, consiguieron abrirla y salieron al exterior en medio del torbellino. Con los cabellos ondeando al viento y la lluvia azotándoles el rostro mientras se inclinaban para luchar contra los elementos, los tres hombres escudriñaron el mar.